INGRESO MÍNIMO VITAL
Cuando se aprobó la Ley de Dependencia, repetí en numerosas ocasiones
que esa ley justificaba toda una legislatura. Hoy creo que puedo decir lo mismo
con la aprobación del Ingreso Mínimo Vital. Lo hago como ciudadano de a pie,
sin aportar argumentos de especialista en asuntos de tipo social ni político ni
económico. Simplemente miro hacia mi alrededor, abro la tapa del sentido común,
levanto la mirada hacia el futuro e imagino lo que simboliza esta ley.
Creo que, de nuevo, hay que jerarquizar, relacionar beneficios y
perjuicios, y buscar el mal menor o el bien mayor. Y el bien mayor es no solo
económico sino también social. Con esta aportación de la comunidad para los más
necesitados, lo que hacemos es proclamar que vivimos en comunidad y que todos formamos
grupo, que lo que le pase a uno les pasa también a los demás, que tanto en
circunstancias favorables como en las negativas las soluciones las buscamos en
común y en solidaridad, que nadie se debe sentir abandonado porque sabe que
tiene algún amparo de los que menos mal lo pasan, que siempre hay manos
abiertas para hacernos notar el calor y lo hermoso de las ayudas.
La ley tiene que generar todo un racimo de elementos positivos, no solo
en la escala de valores de la comunidad sino en la de cada individuo
particular. La riqueza mayor de cualquier comunidad es la humana y cuidarla es
la mejor inversión: los beneficios, a corto y a largo plazo, tienen que ser
muchos.
No sé cuantificar los gastos que generará el acuerdo, pero han de estar
bien empleados y tienen que resultar una muy buena inversión. Recuérdese que, además,
en términos económicos, es capital circulante y genera gasto y actividad, o eso
dicen los economistas.
Preveo una puesta en práctica llena de puntualizaciones, de casos particulares y
de agujeros por donde se puede producir alguna fuga de agua. No importa, hay
que buscar el mal menor y el bien mayor. Hace muy escasas fechas describía un
guion elemental como esquema de justicia en el que se conjugaban la igualdad de
oportunidades con la necesidad del esfuerzo personal y su premio. De nuevo se
vuelve a reproducir el esquema. No es fácil el equilibrio entre ambas
necesidades. Lo advierten hasta economistas de izquierda poco sospechosos. Los
peligros, que algunos auguran, de crear un clima de menor iniciativa personal
no están demostrados y, desde luego, no son para este momento.
Vigílese el equilibrio, peor no seamos cicateros, que estamos hablando
de personas necesitadas de que les echemos una mano. En su respuesta está el
crecimiento de autoestima que tienen que notar, la escala de valores de
solidaridad a la que se tienen que apuntar, la reserva en su conciencia para
cuando a ellos les vengan mejor dadas que a otros, el hermoso sentimiento de
pertenencia a una comunidad que se ve unida en las adversidades y en los días
de suerte, y la necesidad de no cejar en el esfuerzo personal para devolver a
la comunidad con su trabajo todo lo que esta les ofrece y mucho más. Ahora es
tiempo de pensar en qué puede hacer la comunidad por los miembros más
vulnerables, pronto y siempre será tiempo de que cada individuo piense qué
puede aportar él a la comunidad.
Me siento definitivamente orgulloso de quienes han promovido y han aprobado
esta ley. Al fin y al cabo, poco es lo que hacemos ante nuestros conciudadanos
más necesitados; sobre todo si recordamos el alcance de las palabras de don
Antonio Machado: "Por mucho que un
hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre".
Pues eso, que hoy me siento un poco más reconciliado con ser bípedo e
implume. Vale.
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