sábado, 30 de mayo de 2020

INGRESO MÍNIMO VITAL


INGRESO MÍNIMO VITAL
Cuando se aprobó la Ley de Dependencia, repetí en numerosas ocasiones que esa ley justificaba toda una legislatura. Hoy creo que puedo decir lo mismo con la aprobación del Ingreso Mínimo Vital. Lo hago como ciudadano de a pie, sin aportar argumentos de especialista en asuntos de tipo social ni político ni económico. Simplemente miro hacia mi alrededor, abro la tapa del sentido común, levanto la mirada hacia el futuro e imagino lo que simboliza esta ley.
Creo que, de nuevo, hay que jerarquizar, relacionar beneficios y perjuicios, y buscar el mal menor o el bien mayor. Y el bien mayor es no solo económico sino también social. Con esta aportación de la comunidad para los más necesitados, lo que hacemos es proclamar que vivimos en comunidad y que todos formamos grupo, que lo que le pase a uno les pasa también a los demás, que tanto en circunstancias favorables como en las negativas las soluciones las buscamos en común y en solidaridad, que nadie se debe sentir abandonado porque sabe que tiene algún amparo de los que menos mal lo pasan, que siempre hay manos abiertas para hacernos notar el calor y lo hermoso de las ayudas.
La ley tiene que generar todo un racimo de elementos positivos, no solo en la escala de valores de la comunidad sino en la de cada individuo particular. La riqueza mayor de cualquier comunidad es la humana y cuidarla es la mejor inversión: los beneficios, a corto y a largo plazo, tienen que ser muchos.
No sé cuantificar los gastos que generará el acuerdo, pero han de estar bien empleados y tienen que resultar una muy buena inversión. Recuérdese que, además, en términos económicos, es capital circulante y genera gasto y actividad, o eso dicen los economistas.
Preveo una puesta en práctica llena de puntualizaciones, de casos particulares y de agujeros por donde se puede producir alguna fuga de agua. No importa, hay que buscar el mal menor y el bien mayor. Hace muy escasas fechas describía un guion elemental como esquema de justicia en el que se conjugaban la igualdad de oportunidades con la necesidad del esfuerzo personal y su premio. De nuevo se vuelve a reproducir el esquema. No es fácil el equilibrio entre ambas necesidades. Lo advierten hasta economistas de izquierda poco sospechosos. Los peligros, que algunos auguran, de crear un clima de menor iniciativa personal no están demostrados y, desde luego, no son para este momento.
Vigílese el equilibrio, peor no seamos cicateros, que estamos hablando de personas necesitadas de que les echemos una mano. En su respuesta está el crecimiento de autoestima que tienen que notar, la escala de valores de solidaridad a la que se tienen que apuntar, la reserva en su conciencia para cuando a ellos les vengan mejor dadas que a otros, el hermoso sentimiento de pertenencia a una comunidad que se ve unida en las adversidades y en los días de suerte, y la necesidad de no cejar en el esfuerzo personal para devolver a la comunidad con su trabajo todo lo que esta les ofrece y mucho más. Ahora es tiempo de pensar en qué puede hacer la comunidad por los miembros más vulnerables, pronto y siempre será tiempo de que cada individuo piense qué puede aportar él a la comunidad.
Me siento definitivamente orgulloso de quienes han promovido y han aprobado esta ley. Al fin y al cabo, poco es lo que hacemos ante nuestros conciudadanos más necesitados; sobre todo si recordamos el alcance de las palabras de don Antonio Machado: "Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre".
Pues eso, que hoy me siento un poco más reconciliado con ser bípedo e implume. Vale.

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