Esta mañana coincidí con un amigo en el paseo-deporte matinal. Desde la
distancia reglamentaria, me preguntó qué estaba leyendo. Se lo dije. El caso
particular solo nos interesaba a nosotros dos, pero me da pie para dejar algún
pensamiento al respecto.
He repasado mi lista de lecturas desde mediados de marzo (las apunto
todas y me sale un índice largo) y encuentro que son muy variadas en formatos y
en ideas centrales: hay asuntos religiosos, filosóficos, poéticos, de
entretenimiento, novelas al uso…
¿Hay que leer algo especial en tiempos especiales? No sé responder. La
lectura debería ser siempre un placer, producto de nuestra curiosidad y deseo
por conocer opiniones y mundos nuevos, para contrastar, para reafirmar o para
evadirnos. Y la primera característica de la lectura es la de poder rechazarla.
Lo dice un lector casi avaricioso. Pero en estos tiempos…
A mí, desde luego, las circunstancias penosas de estos meses sí me han
condicionado las lecturas; lo noto cuando repaso los títulos de los libros que
me han acompañado y los asuntos que tratan.
Porque, para mí, el asunto principal es saber si tengo que hacer frente
mental, reflexionando, a lo que signifique la epidemia, en todos sus ámbitos, o
puedo y debo evadirme de ella, buscando momentos de relajación y de olvido. La
primera postura me parece más honrada, pero algo peligrosa porque se puede
convertir en obsesiva; la segunda la veo algo más egoísta, aunque más provechosa
para el que la practica, sea con la intención que sea.
Y pienso en las tendencias, claro, pues nada es blanco ni negro del
todo.
Hay un caso paradigmático en la literatura universal para ilustrar esta
situación. Se trata de El Decamerón, de Boccaccio, libro escrito a raíz de la
peste medieval en Florencia, que desarrolla nada menos que cien cuentos para
solaz de una decena de mozas y mozos pijos que, por su situación social y
económica, pueden escapar de Florencia y refugiarse en una segunda residencia,
para olvidarse de todo lo que está pasando y divertirse sin restricciones ni
confinamientos estrechos.
¿Qué hacemos, leemos a Boccaccio para evadirnos, o leemos a Marco
Aurelio, por ejemplo, para reflexionar y valorar nuestras actitudes?
Yo reconozco que he releído a Marco Aurelio y he dejado para otra
ocasión la relectura de El Decamerón. Pero no tengo nada claro si obro bien o
mal.
Debo confesar que, a estas alturas del proceso, necesito leer y crear
también evasión y no solo reflexión. ¿En qué porcentaje? ¿Con qué intención?
¿Qué leer -y escribir-, por tanto, en tiempos de pandemia y de zozobra?
No tengo respuesta.
Día 59 de semiconfinamiento. Ánimo.
1 comentario:
Lo que el cuerpo te pida, porque la mente la tenemos un poco desestructurada.
Publicar un comentario