domingo, 21 de junio de 2020

CON OTROS OJOS



CON OTROS OJOS
Finaliza, por fin, el largo periodo en el que todos, de una manera o de otra, hemos estado limitados en nuestro derecho al movimiento. Hoy sale el sol para todos y a todas las horas, empieza el verano en el calendario, los ciudadanos relajan sus horarios y se diría que todo ha cambiado de repente. Al menos eso es lo que parece, y ojalá que sea por mucho tiempo. Ha llegado la hora de la mayor responsabilidad individual ante los hechos que afectan a toda la comunidad.
Seguro que estamos abrumados por lo que ha significado (y sigue significando) la pandemia. Ojalá sepamos despojarnos de lo que solo nos sirve para añadirnos tristeza y acobardamiento, y logremos conservar algunas de las enseñanzas que nos puede dejar.
Hoy quiero referirme a lo que supone la supresión del derecho a la movilidad. Alguien me contaba que lloró de alegría el primer día que pudo salir a la luz de la calle para hacer la compra. Cualquiera puede imaginar lo que pueden estar suponiendo los primeros abrazos y besos (todavía con miedo) de los abuelos a sus nietos o de cualquier otro ser querido. Son solo dos ejemplos que se pueden multiplicar en la experiencia personal de cada uno.
El derecho a la libre circulación es uno de los más importantes y básicos; sin él no se podrían cumplir otros. Lo que todos, como individuos y como sociedad, hemos pagado en estos meses es mucho, muchísimo. Es compresible que nos lo queramos cobrar ahora con no pocos excesos. Resulta conclusión inevitable que eliminar este derecho individual y colectivo ha de hacerse solo en ocasiones excepcionales. Esta ha sido una de ellas.
Pero llegan los días en los que se restituye esta libertad. Y el mundo parece que se pusiera en marcha de nuevo, con otros ojos extraños y asustados con los que mirarlo. Deberíamos verlo más claro y más abierto, más para el gozo y disfrute que para el enfrentamiento entre unos y otros. Las comunidades han inventado sistemas legales que castigan a muchos de sus miembros con privación de libertad cuando no cumplen los preceptos. Y, en demasiados casos, lo hace encerrándolos en esos lugares que llamamos cárceles, donde se consumen los días, los meses y los años sin apenas poder extender la mirada y con el futuro cegado e imposible. ¿No sería buen momento para revisar todo ese mundo de las penas, las causas que han llevado a los delitos y las mejores formas de recuperar a los condenados? Casi todo el mundo ha probado la medicina de la reclusión durante estos meses. Que se aplique el cuento y piense si no es castigo grande esa condena. Hay muchos ciudadanos a los que se les va la fuerza por la boca gritando e invocando penas de privación de libertad cada vez más severas para los condenados.
No conozco a nadie que defienda el aplauso para los delincuentes. No se trata de eso. La sociedad regula hechos incluso en defensa propia. Pero el asunto resulta algo más complejo. Atacar las causas que producen la delincuencia acaso evitaría muchos actos ilegales; orientar los castigos en la recuperación social de los penados también cambiaría seguramente los resultados; trabajar por un sistema social de solidaridad y de igualdad sin duda que eliminaría muchas de las causas de los actos delictivos… Y así con muchas más variables.
En ese proceso complejo, la privación, sin más, de la libertad se queda en casi nada. Azuzarla y no estudiarla no mejora en nada; más bien al contrario, genera un estado de enfrentamiento y de venganza negativos. No regularla como última consecuencia de un fallo del sistema de convivencia es quedarse en los niveles del instinto más elemental.
Todo este mundo está estudiado por grandes penalistas, que escudriñan las muchas variables que intervienen en el esquema dedicándole horas de trabajo y de razón. Y muchos de los más sesudos advierten del peligro que conlleva ensañarse en la privación de libertad.
Cada cual en su nivel sabrá lo que tiene que hacer. Casi todos hemos tenido esta extraordinaria experiencia personal en tiempo reducido. Al rincón de pensar y a mirar el mundo tal vez con otros ojos. Seguramente tendrá mejor color y será más confortable y vivible.
Pues eso, a la libertad de movimientos. En la responsabilidad y en el sentido común. Que la vida es hermosa y hay que quererse. Venga.

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