CON
OTROS OJOS
Finaliza, por fin, el
largo periodo en el que todos, de una manera o de otra, hemos estado limitados
en nuestro derecho al movimiento. Hoy sale el sol para todos y a todas las
horas, empieza el verano en el calendario, los ciudadanos relajan sus horarios
y se diría que todo ha cambiado de repente. Al menos eso es lo que parece, y
ojalá que sea por mucho tiempo. Ha llegado la hora de la mayor responsabilidad
individual ante los hechos que afectan a toda la comunidad.
Seguro que estamos
abrumados por lo que ha significado (y sigue significando) la pandemia. Ojalá
sepamos despojarnos de lo que solo nos sirve para añadirnos tristeza y
acobardamiento, y logremos conservar algunas de las enseñanzas que nos puede
dejar.
Hoy quiero referirme a lo
que supone la supresión del derecho a la movilidad. Alguien me contaba que
lloró de alegría el primer día que pudo salir a la luz de la calle para hacer
la compra. Cualquiera puede imaginar lo que pueden estar suponiendo los
primeros abrazos y besos (todavía con miedo) de los abuelos a sus nietos o de cualquier
otro ser querido. Son solo dos ejemplos que se pueden multiplicar en la
experiencia personal de cada uno.
El derecho a la libre
circulación es uno de los más importantes y básicos; sin él no se podrían
cumplir otros. Lo que todos, como individuos y como sociedad, hemos pagado en
estos meses es mucho, muchísimo. Es compresible que nos lo queramos cobrar
ahora con no pocos excesos. Resulta conclusión inevitable que eliminar este
derecho individual y colectivo ha de hacerse solo en ocasiones excepcionales.
Esta ha sido una de ellas.
Pero llegan los días en
los que se restituye esta libertad. Y el mundo parece que se pusiera en marcha
de nuevo, con otros ojos extraños y asustados con los que mirarlo. Deberíamos
verlo más claro y más abierto, más para el gozo y disfrute que para el
enfrentamiento entre unos y otros. Las comunidades han inventado sistemas
legales que castigan a muchos de sus miembros con privación de libertad cuando
no cumplen los preceptos. Y, en demasiados casos, lo hace encerrándolos en esos
lugares que llamamos cárceles, donde se consumen los días, los meses y los años
sin apenas poder extender la mirada y con el futuro cegado e imposible. ¿No
sería buen momento para revisar todo ese mundo de las penas, las causas que han
llevado a los delitos y las mejores formas de recuperar a los condenados? Casi
todo el mundo ha probado la medicina de la reclusión durante estos meses. Que
se aplique el cuento y piense si no es castigo grande esa condena. Hay muchos
ciudadanos a los que se les va la fuerza por la boca gritando e invocando penas
de privación de libertad cada vez más severas para los condenados.
No conozco a nadie que
defienda el aplauso para los delincuentes. No se trata de eso. La sociedad
regula hechos incluso en defensa propia. Pero el asunto resulta algo más
complejo. Atacar las causas que producen la delincuencia acaso evitaría muchos
actos ilegales; orientar los castigos en la recuperación social de los penados
también cambiaría seguramente los resultados; trabajar por un sistema social de
solidaridad y de igualdad sin duda que eliminaría muchas de las causas de los
actos delictivos… Y así con muchas más variables.
En ese proceso complejo,
la privación, sin más, de la libertad se queda en casi nada. Azuzarla y no
estudiarla no mejora en nada; más bien al contrario, genera un estado de
enfrentamiento y de venganza negativos. No regularla como última consecuencia
de un fallo del sistema de convivencia es quedarse en los niveles del instinto
más elemental.
Todo este mundo está
estudiado por grandes penalistas, que escudriñan las muchas variables que
intervienen en el esquema dedicándole horas de trabajo y de razón. Y muchos de
los más sesudos advierten del peligro que conlleva ensañarse en la privación de
libertad.
Cada cual en su nivel
sabrá lo que tiene que hacer. Casi todos hemos tenido esta extraordinaria
experiencia personal en tiempo reducido. Al rincón de pensar y a mirar el mundo
tal vez con otros ojos. Seguramente tendrá mejor color y será más confortable y
vivible.
Pues eso, a la libertad
de movimientos. En la responsabilidad y en el sentido común. Que la vida es
hermosa y hay que quererse. Venga.
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