martes, 23 de junio de 2020

"DUELE MUCHO, SEÑORITO"



 “DUELE MUCHO, SEÑORITO”
Estas palabras las pronunciaba Paco, el Bajo, en la película Los santos inocentes, basada en la novela del mismo nombre escrita por Miguel Delibes. Este año se cumple su centenario.
El viernes día 19, por casualidad, como tantas veces, vi que reponían la película en la 2 de TVE. Me aposenté en el sillón y no me moví de él hasta el final de la misma. En los más de 30 años que tiene la película, la he visto un número indefinido de veces; también he leído la novela en varias ocasiones. Siempre me deja un poso de tristeza, de amargura y de rabia.
Las generaciones más jóvenes tal vez no conciban que lo que en ella se representa pueda responder a la realidad. Sin embargo, las que peinan más canas saben muy bien que de eso no hace casi nada en el tiempo. Alguna vez he escrito que mis ojos llegaron a conocer a una persona que vivía en casa de sus amos y que trabajaba solo por el sustento, sin ninguna otra recompensa. Literalmente, un esclavo.
Es que duele mucho, señorito, ver cómo se desarrollaba la vida en este país hace muy pocos años, qué escala de valores sustentaba las desigualdades más flagrantes, qué especie de resignación trágica habitaba entre los más desvalidos y cuánta ternura se manifestaba entre ellos para seguir manteniéndose vivos.
Es que duele mucho, señorito. No se extrañe usted de que los instintos más elementales se cobraran la venganza en usted mismo colgándolo de una soga en el campo. Claro que el hecho es condenable, pero se explica por sí solo.
Duele mucho, señorito, no solo que se tronce una pierna, sino el día a día sometidos a la beneficencia y la escasa caridad, como falta absoluta de la justicia.
Duele mucho, señorito, comprobar que los humildes son tratados como mercancía barata al servicio de los antojos de señorito.
Duele mucho, señorito, observar cómo se corta de cuajo cualquier aspiración social de los más pobres.
Duele mucho, señorito, advertir la connivencia de los poderes religiosos con los económicos.
Duele mucho, señorito, darse cuenta de que, también los que ocupan puestos intermedios, en muchas ocasiones se ponen de parte del más poderoso, incluso sufriendo en sus carnes los peores desprecios.
Duele mucho, señorito, asistir al cumplimiento más severo de la ley con los más desvalidos y a su ausencia cuando los que delinquen son los más adinerados
Duele sobre todo mucho, señorito, la certeza de que la perspectiva de futuro se hace negra para el pobre, por más que se esfuerce y trabaje para aclararla.
Todo esto y mucho más duele mucho, señorito. Mucho.
Aún quedan señoritos en los cortijos, claro que sí. Pero acaso hoy hay que observarlos y encontrarlos en otros lugares y en otras situaciones. Sin colgar a nadie de una soga, habrá, no obstante, que abrir puertas y ventanas, poner en claro cuentas y despachos, derribar las escalas de valores y buscar otras tierras que produzcan otros frutos con sabor a justicia. Lo demás duele mucho, señorito, mucho.

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