“DUELE
MUCHO, SEÑORITO”
Estas palabras las
pronunciaba Paco, el Bajo, en la
película Los santos inocentes, basada
en la novela del mismo nombre escrita por Miguel Delibes. Este año se cumple su
centenario.
El viernes día 19, por
casualidad, como tantas veces, vi que reponían la película en la 2 de TVE. Me
aposenté en el sillón y no me moví de él hasta el final de la misma. En los más
de 30 años que tiene la película, la he visto un número indefinido de veces;
también he leído la novela en varias ocasiones. Siempre me deja un poso de
tristeza, de amargura y de rabia.
Las generaciones más
jóvenes tal vez no conciban que lo que en ella se representa pueda responder a
la realidad. Sin embargo, las que peinan más canas saben muy bien que de eso no
hace casi nada en el tiempo. Alguna vez he escrito que mis ojos llegaron a
conocer a una persona que vivía en casa de sus amos y que trabajaba solo por el
sustento, sin ninguna otra recompensa. Literalmente, un esclavo.
Es que duele mucho,
señorito, ver cómo se desarrollaba la vida en este país hace muy pocos años,
qué escala de valores sustentaba las desigualdades más flagrantes, qué especie
de resignación trágica habitaba entre los más desvalidos y cuánta ternura se
manifestaba entre ellos para seguir manteniéndose vivos.
Es que duele mucho,
señorito. No se extrañe usted de que los instintos más elementales se cobraran
la venganza en usted mismo colgándolo de una soga en el campo. Claro que el
hecho es condenable, pero se explica por sí solo.
Duele mucho, señorito, no
solo que se tronce una pierna, sino el día a día sometidos a la beneficencia y
la escasa caridad, como falta absoluta de la justicia.
Duele mucho, señorito,
comprobar que los humildes son tratados como mercancía barata al servicio de
los antojos de señorito.
Duele mucho, señorito,
observar cómo se corta de cuajo cualquier aspiración social de los más pobres.
Duele mucho, señorito,
advertir la connivencia de los poderes religiosos con los económicos.
Duele mucho, señorito,
darse cuenta de que, también los que ocupan puestos intermedios, en muchas
ocasiones se ponen de parte del más poderoso, incluso sufriendo en sus carnes
los peores desprecios.
Duele mucho, señorito,
asistir al cumplimiento más severo de la ley con los más desvalidos y a su ausencia
cuando los que delinquen son los más adinerados
Duele sobre todo mucho,
señorito, la certeza de que la perspectiva de futuro se hace negra para el
pobre, por más que se esfuerce y trabaje para aclararla.
Todo esto y mucho más
duele mucho, señorito. Mucho.
Aún quedan señoritos en
los cortijos, claro que sí. Pero acaso hoy hay que observarlos y encontrarlos
en otros lugares y en otras situaciones. Sin colgar a nadie de una soga, habrá,
no obstante, que abrir puertas y ventanas, poner en claro cuentas y despachos,
derribar las escalas de valores y buscar otras tierras que produzcan otros
frutos con sabor a justicia. Lo demás duele mucho, señorito, mucho.
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