lunes, 29 de junio de 2020

ESTATUAS


 ESTATUAS
Pasará la pandemia -ojalá lo haga pronto y el virus se olvide de nosotros- pero habrá permanencia de ciertos tipos que son más resistentes al cambio hacia la sensatez. Estoy pensando, claro, en los imbéciles. Tendré que repetir que la palabra imbécil significa falto de báculo, es decir, de apoyo, en este caso, apoyo mental.
Hace nada indicaba que la injusticia explicaba-no que justificaba- la venganza de Azarías contra el señorito en la película Los santos inocentes. Espero no incurrir en contradicción al señalar como imbéciles a estos nuevos aficionados al derribo de estatuas.
Las creaciones artísticas -también las esculturas- responden a muy diversas causas, no todas confesables. Pero todas incorporan el elemento de creación y de arte. Cuando pasa el tiempo, vienen a convertirse en una imagen visible y en un resumen de lo que en otro tiempo sucedió. Si uno visita el museo del Prado y contempla retratos de la realeza, no los descuelga de las paredes ni los quema, por mucho que representen situaciones de injusticia y de desigualdad social evidentes. Un buen visitante debería sumar las consideraciones artísticas a las de tipo social; así la visión sería más completa. Yo trato de hacerlo. Para mí representan toda una lección no solo de arte, sino también de sociología, de política, de religión…. La consecuencia es que no solo no quiero que se eliminen, sino que aplaudo que se conserven y que se expongan.
Hay, además, una ley elemental que no puede olvidarse. Es esta: Todo tiene que ser interpretado teniendo en cuenta el contexto histórico en el que se produjo. Lo contrario solo nos lleva al fracaso y a la ignorancia. Si acaso, salvaría casos muy excepcionales, por el dolor que puedan producir en el presente, tal vez por su proximidad en el tiempo. Y, aun así, tendría razones para templar gaitas. Voy a meter el dedo en la llaga con un ejemplo reciente. Me gustaría que se me entendiera bien. Retirar los restos del dictador Franco del Valle de los Caídos me parece un acto de estricta justicia, sobre todo por el carácter laudatorio que su permanencia en aquel lugar suponía. Entonces, bien hecho está. Pero no es difícil imaginar que la consideración de su significado negativo, ante sus restos, hecha por una mente sensata y razonable, adquiriría una fuerza mayor que leída en un documento. Para que observemos cómo, hasta en casos extremos, es bueno contar hasta tres antes de dar rienda suelta a los impulsos.
Pues ahora dejemos correr el tiempo y tomemos perspectiva. Los romanos, los egipcios, el imperio español en América, los otros imperios de cualquier tipo, las guerras, los dictadores, los genocidas, las guerras de religión… Mejor dejar en suspenso la lista para no horrorizarnos. Toda la Historia, vista desde el presente -y tal vez desde otra perspectiva cualquiera- resulta descorazonadora. Y no contemplarla en su contexto es lo mismo que falsificarla. Algo que no implica, por supuesto, que lo que a mí me interesa de la Historia es aquello que puedo transportar como enseñanza a mi presente.
Pues ahora llegan los derribadores de estatuas y emplean todas sus energías instintivas en derribarlas, en pintarlas de cualquier color que las envilezca. Coño, si ahí puestas también nos recuerdan sus felonías y sus abusos, sus injusticias y sus atropellos. Y lo hacen cada vez que las veamos. Sobre todo, si no somos imbéciles y nos apoyamos en la razón y en el sentido común.
Cuando llegan con sus zarpas los que derriban lo que no es de su lugar y ensalzan cualquier cosa del terruño (¡ay los nacionalismos!) o incluso tergiversan los datos históricos (tal vez por no dedicar esfuerzo en conocerlos), entonces todo se complica y, para lo que nos ocupa, nos echamos a andar en un camino iconoclasta que sabemos cómo empieza y tal vez adivinamos lo mal que puede acabar. Colón, Cervantes, fray Junípero Serra… Qué barbaridad, cuánta estulticia, qué provincianismo tan estrecho…, cuánto imbécil.
Béjar quiso ser una ciudad de esculturas. Voy a proponer que se destruyan todas las que reproducen animales. Por degradarlos de seres vivos a seres minerales. Hala.

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