RELOJ
DE ARENA
Se sorprenden las horas
cuando llegan
a sentir la presencia de
la aurora.
Todo es ya claridad,
despierta el mundo,
y se alza a plenitud la
luz del día.
La mañana se siente
fuerte y joven,
acumula belleza y
entusiasmo,
es vigorosa y limpia, es
el futuro
que se abre en desnudez
concupiscente.
Es hora de comer, al
mediodía
conviene contemplar y
complacerse
con lo que se ha vivido en
la mañana:
primavera gozosa de la
muerte.
Las horas de la tarde se
remansan
y cambian el presente por
pasado,
la mente se serena, se
deleita
repasando las huellas del
camino.
El sol va declinando, el
horizonte
se muestra más sombrío y más
cercano,
hay contraluz, hay
sombras y un oscuro
temblor en cada hora se
adivina.
Llega la noche, en fin,
agazapada
en un negro recodo del
camino,
y el tiempo hace recuento
del pasado
juntándolo a la noche del
futuro.
El reloj de las horas ya
no corre:
el tiempo se ha dormido.
Tengo un reloj de arena,
que nunca se detiene.
Estoy considerando
seriamente
llevarlo de una vez al Punto
Limpio.
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