De
nuevo los primeros versos de mi viejo poema: “Estadísticamente, / casi todos las
muertes se producen / muy lejos de nosotros…”
Hoy,
sin embargo, la muerte se ha parado para golpear la puerta blindada y de caoba
de un referente público del mundo en el que vivimos. Ha muerto Emilio Botín, el
presidente del Banco de Santander, dicen que el mayor de la zona europea.
Moralmente, las condolencias precisas; filosóficamente, la consideración de la
brevedad de la vida; y, en términos de comunidad, el deseo de que descanse en
paz.
Pero
es que este ciudadano era y es el máximo símbolo de una forma de entender la
vida que, según me parece, deja mucho que desear. Es, por tanto, el sistema de
convivencia, y no tanto la persona, que solo presta el nombre, el que debe
someterse a consideración.
La
banca en general está concebida para regular los dineros, los mercados y
distribuir las riquezas. Pero, ¿de qué manera y en qué condiciones? Como en
todo lo que se mueve en este sistema, con el fin de conseguir los mayores
beneficios posibles para sus dueños. Con ese motivo, siempre andan rozando el
límite de las leyes y saltando al huerto del oportunismo, de los resquicios
legales, del tráfico de influencias, de la información privilegiada, cuando no
directamente de la distorsión y del aprovechamiento sin matices del más débil
del sistema. ¿Hay alguien que piense que los bancos juegan en igualdad de
oportunidades con el resto de los ciudadanos? Y, si no se juega en igualdad de
oportunidades, ¿cómo se puede después considerar que los resultados son justos?
A las direcciones de los bancos, por la dulce oposición de las puertas
giratorias, llegan gentes del poder público de las cuales se tiene la certeza
moral que han actuado en connivencia con las entidades bancarias. Y, si no fuera
así, poco importaría pues los bancos tienen tal dominio, que muy poco les
importaría que se promulgaran leyes para controlar su influencia y poder: inmediatamente
se inventarían otro procedimiento para tener sometida la voluntad y controlada
la vida de los usuarios y ciudadanos. Por si esto fuera poco, cada vez que se
produce una crisis en el sistema de bancos y capitales, al primer lugar al que
se acude para dar socorro es precisamente al sistema bancario, de tal modo que
en muy poco cambian sus preocupaciones cuando vienen mal dadas. De este modo,
todo lo que hacen es reciclar el sistema y volverlo a poner a su servicio,
mientras el ciudadano corriente se desespera para llegar a fin de mes y se
endeuda con ellos hasta las cejas.
Con
esta situación lo que se produce es la sujeción de las voluntades, de las
costumbres, de los hábitos, de las escalas de valores, y de todo el paso por la
vida, a las voluntades y a las decisiones de los consejos de administración de
estas instituciones. De esa manera, su poder de decisión en nada se compadece
con el poder de opinión y de voto de los ciudadanos normales. El voto del señor
Botín valía como el voto de una multitud inmensa de ciudadanos de a pie. La
convivencia y la democracia quedan así oscurecidas y casi anuladas y el
progreso anda subvertido y a la espera tímida y asustada de lo que decidan
ellos. Las personas, en esta situación, no valen lo mismo, y sus decisiones
tampoco.
El
señor Botín será ensalzado por los botafumeiros del sistema y de él predicarán
que trabajaba mucho. A todos ellos les responderé que no lo hacía más horas que
cualquier albañil que tenía que venir desde Albacete todos los días a trabajar
a Madrid y volverse para casa reventado y a la espera del autobús tempranero de
la madrugada siguiente. Los resultados no han sido precisamente los mismos.
Valga
pue el árbol del señor Botín, que, como persona, merece los mismos respetos que
cualquiera otra, como atalaya para ver el bosque, ese en el que se cruzan los
caminos diarios de todos nosotros que, como personas, hemos adquirido una
dignidad que de ninguna manera pueden alcanzar las cuentas bancarias de señor
Botín ni de ningún otro banquero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario