Se
desarrollan en España algunos fenómenos sociales y políticos de esos que marcan
la Historia, al menos la de unos cuantos años. Como ahora todo se publica y se
publicita, según las tendencias y los intereses de cada uno de los que lo
hacen, casi todos los ciudadanos asisten a los sucesos como espectadores o como
extras de esta gran película.
Una
cosa es ver el partido y otra no igual participar en él. Porque esta modernidad
de medios de comunicación nos provoca esta frustración: conocemos los hechos,
pero los tenemos que ver pasar sin apenas poder dar un aplauso o lanzar un
tomate al escenario.
De
entre todo lo que se cuece por ahí, tal vez lo de más alcance sea lo del referéndum
en Cataluña y el ascenso y consolidación de Podemos, ese incipiente partido
político que se extiende y se extiende como bomba de racimo.
Suceda
lo que suceda con el primer asunto, lo peor de todo es que el mal ya está hecho
y la mala relación entre territorios y personas, el mirarse por encima del
hombro, el no pasarse ni una, la animadversión y hasta casi el odio, será algo
que durará por muchos años. No importa cuál sea el resultado final, ni siquiera
las formas en las que se termine sustanciando el caso.
Hasta
hace no mucho pensaba que el fenómeno de Podemos era algo que se apaciguaría y
que no iría mucho más allá en cuanto la situación social y económica encontrara
alguna vía de calma y de esperanza. Todavía hoy sigo pensando que hay mucho más
de rabia y de protesta que de ideología y de entusiasmo. Pero también observo
que los medios de comunicación siguen interesándose por esa conmoción y que con
esa ocupación continua la alimentan y le dan alas. Para mí, a día de hoy, el
panorama aún no está claro y creo ver en ese batiburrillo de movimiento
asambleario mucho elemento de poca enjundia y de mucho desconcierto. No es el
caso de los impulsores nacionales pero sí el de otros que se significan en
otros lugares. Estoy a la expectativa para ver qué sucede en estos meses próximos
y cómo se concreta la ideología y la forma de actuar.
Porque
del mismo hecho se pueden dar dos resoluciones muy distintas. La primera es la
de la ilusión por la ilusión, sin fundamento y sin trabazón, sin discurso ideológico
determinado y al albur de lo que cada reunión vaya dictando. Ese, para mí, no
es buen camino. La segunda es la de la ilusión compartida pero formulada y
trabada en ideas concretas y en fines claros. Si eso se logra y se consigue dar
a conocer con sencillez y cordura, acaso sí que PODAMOS y la comunidad se
entusiasme con participar en un cambio real para esta sociedad, en la que lo
que importe sea el valor de la persona y el empuje común vuelva a ser una raya
clara en el horizonte que marque un camino para recorrer con ganas y en común. Solo
la palabra PODEMOS tendrá un sentido real si el ciudadano es capaz de mirar al
futuro con ilusión y no solo al pasado con rabia y mala leche.
En
la misma tarea tendrían que estar empeñados todos los partidos,
fundamentalmente los de la izquierda, pues esa es su seña de identidad. A pesar
de toda la losa del pasado que tanto les pesa en las espaldas.
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