Me
pregunto si cumpliremos años cuando la luz ya no nos alumbre ni tal vez el
recuerdo se compadezca de nosotros en las mentes de los demás. La vida es un
cuchillo que divide en trocitos la tarta del paso inexorable del tiempo. Pero
el tiempo sigue ahí como a priori cuando ya no estamos. Tal vez entonces los
cumpleaños los celebren los minerales, las hojas que reviven cada año, la
lluvia que contempla los paisajes repetidos, el sol que no se cansa de
alumbrarnos, o ese animal a ras de tierra que guarda alguna célula prestada de
nosotros.
En todo caso, seguro que los cumpleaños no
tendrán los mismos días y tal vez se hagan lentos y perezosos, o quién sabe si
se parte una tarta o se canta un bolero en el recuerdo.
Conservo
el original del libro de familia con la fecha del cumpleaños de todos mis
hermanos y con frecuencia me olvido de decirles algo cuando llega su día.
Perdón por ello. Hoy me llegó de rondón el recuerdo del cumpleaños de un poeta
al que yo admiro mucho; se trata de Ángel González, hace tan poco y a la vez tanto tiempo fallecido..
En
su recuerdo y aún más en el recuerdo de todos los que quiero, anoto unos versos
del poeta asturiano que me sirven de reflexión en esta tarde gris de comienzos
de septiembre en la que reposo de los caminos y de las heridas de guerra que la
pérdida en el monte me han causado.
Cumpleaños de amor
¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
—prolongándome, vivo, hacia la muerte—
se pasarán de mano en mano,
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
—prolongándome, vivo, hacia la muerte—
se pasarán de mano en mano,
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.
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