Me
causa recelo apuntar algún pensamiento acerca de un hecho que yo he practicado
durante miles de horas, sobre miles y miles de páginas y en el mundo escondido
de miles de libros. Sin embargo, en alguna ocasión he defendido que el primer
mandamiento de un buen decálogo de lectura es el que recuerda el derecho a no
leer. Como con la misma intensidad se sigue manteniendo el derecho a leer y parece que se la lectura
se obtienen más beneficios que de la no lectura, me sigo consolando y hasta
regocijando por haber dedicado una buena parte de mi vida a este ejercicio.
Sospecho que la vista está empezando a quejarse y a recordarme que tal vez debo
ir regulando plazos y seleccionando páginas y momentos. En los últimos años no
parece que le haga mucho caso precisamente. Qué le vamos a hacer.
Y
ya que uno está “condenado” a leer y leer y después a seguir leyendo, ¿cómo ha
de hacer la selección de lecturas: qué géneros, qué libros, qué extensión, qué
temas, qué tipografías, en qué momentos, en qué edades…?
Imposible
ni siquiera esbozar un esquema sobre un asunto tan interesante y que afecta a
casi todo el mundo. Ahí habría cacho para toda una serie de programas en los
medios de comunicación. Sería bueno sugerirlo para cuando se agote Sálvame de Lux.
Leo
una entrevista a Richard Dawkins, extraordinario hombre de pensamiento,
divulgador científico de amplísima trayectoria, hombre de ciencia
reconocidísimo, sacudidor, con el palo del sentido común, de religiones,
supersticiones y asunto similares por todo el mundo…, hombre, en fin, de los
que realmente merecen la pena (Yo he devorado varios de sus libros con el
hambre de quien come después de varios días de abstinencia). En ella se queja
de que a los niños se les lean tantos libros de hadas: “no eduquen a los niños
ni en dioses ni hadas.”
Es,
en efecto, en esa edad confusa y primigenia en la que se siembran las raíces
más profundas, en las que se imprime un carácter ya casi indeleble para el
resto de los días, en la que se cava un acomodo que termina por anidar en los
genes y hacer mella inmarchitable. Por eso resulta tan importante seleccionar
las lecturas para los niños, como es fundamental fomentar los ambientes más
propicios para que la personalidad del ser humano se asiente en bases sólidas o
en terrenos fangosos y confusos. Y ahí la religión y las costumbres, los hábitos
y aficiones…
No
me resulta fácil marcar límites entre libros y libros de lectura. La
imaginación resulta crucial para desarrollar una vida más rica y esponjosa.
Pero es también bien cierto que la imaginación se puede ejercer sobre distintos
hechos y darle diversas direcciones. No es lo mismo incitar a la imaginación
sobre elementos posibles que sobre conceptos imposibles e irrealizables. Y aquí
sí que me sumo a Richard Dawkins. Porque después la vida no va a ser otra cosa
que un descenso profundo hacia el abismo, un desengaño imbécil y un enfado
continuo, una capa que roce contra el centro o que haga mezcla feliz con la
argamasa que ya compone el cuerpo. Eso si se quiere salir del campo del misterio, porque, si no hay agallas, será todo misterio y hágase tu
voluntad, fogonazos de luz y sobresaltos, miradas furtivas y aplausos sin
condición a las “estrellas” fugaces de la vida…, y un siempre suspirando por lo
que es imposible y nos condena a eternos fracasados. ¿A qué tanta princesa y
tanto príncipe? Tal vez el mejor príncipe es el que está destronado. La vida es
hermosísima dejándola venir hacia nosotros, sin asustarnos de ella, sabiendo
que sus leyes nos aluden, que rigen nuestros pasos. Y también que todo lo que
nos rodea se halla felizmente a nuestro servicio, como nosotros lo estamos a lo
que pida todo. Somos todos príncipes y princesas, y nuestros padres son unos
reyes magos magníficos que no tienen que andar en todas las casas en una sola
noche, pues bastante tienen con poner su amor y su cariño en los que los rodean;
y no necesitamos ser cenicientas nunca pues cada uno tiene su príncipe donde
menos lo espera, o acaso en todos los sitios.
Cada
vez que voy a ver a mis nietos, les llevo cualquier cosa y siempre un cuento. Tienen
a centenares. Muchos reproducen esquemas que no me gustan mucho. Cuando tengo
ocasión, leo cuentos a mi nieta. A veces me los invento. No creo que sean los
peores que llegan a su oído.
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