¿Quién?,
¿dónde?, ¿de dónde? ¿hacia dónde?, ¿con quién?...
El
amado se llena de preguntas porque la amada ha aparecido deslumbrante, tras el
trueno y la lluvia, en el fragor ardiente de la tarde. No es el camino ahora un
inicio de aurora ni un horizonte de crepúsculo; es un rayo que mata y que
detiene, es un alto en la faz de la fatiga y un asiento de mármol que invita a hacer
un alto y a dejarse inquietar por la palabra.
¿Quién
eres?, le pregunta. Y ella se deja ver y anuncia los espejos de su vida, los baúles
del tacto y el comienzo escondido del camino. “Recuerda que soy música y soy
fuego, que comenzaron siendo un día lejano, y han sido brasa y han sido sinfonía
dormidos en rescoldos y en ecos y en chispazos.”
¿Dónde?,
le sigue preguntando en medio de la duda y la sorpresa. “En todos los lugares
en los que la luna puso sus vestidos y dejó al descubierto mis senos azulados y
redondos. También en los caminos espinosos, donde los pies se llagan y se
duelen, y el dolor se incorpora con la fuerza del látigo. En las horas del
tedio y de las risas. Y en el lugar del llanto.”
Él
enciende sus ojos y la mira. Y recuerda y se olvida. Y todo es ya relámpago y
sonido que dejan su caricia y su mirada.
¿De
dónde y hacia dónde?, continúa el diálogo. “No sé de dónde vengo. Tal vez de los
dominios del olvido, de los ríos azules de la infancia, del horto de la luz y
de los días, de un ensamblaje dulce de los cuerpos, de los despojos lentos de las
horas y del azar sin fin y la sorpresa, del fondo más común en el que todos
somos mostaza y levadura y aprendices de algas. Mi camino es incierto. Solo sé
que mis pasos son sencillos, que la brisa me orea y en el huerto cojo las rosas
dulces, las manzanas que muerdo con mi boca sedienta. Y sé que el horizonte me
aguarda con la vida del brazo y con la huella roja de sueños y de nubes. Y
quiero el horizonte tomada de la mano, con mis pechos al viento y mis manos
abiertas en abrazo, con saliva de besos y muchas flores blancas en mi vientre.”
¿Con
quién quieres llegar al horizonte?, le pide mientras llora. “Con quien acerque
fuego hasta mis labios y me hiera con llagas de contento; con quien olvide el
tiempo y el espacio para ser el principio del principio cuando asome el final
de los finales; con quien desdiga su nombre para subir al árbol del pronombre y
tirite de asombro frente al viento; con quien mire y eche fuego y se desnude
para vivir más limpio en las verdades; con quien apague la luz y encienda el
fuego de la llama perpetua, con quien se ahogue conmigo y en el fondo sepa que no
nos espera nadie, solo el abismo y el silencio; con quien sepa llagarme y no
curarme; con quien, al fin, sea yo misma.”
El
camino se abrió y, bajo el descenso lento del crepúsculo, los dos amantes
fueron hacia el sitio donde se esconde el fuego y el silencio, donde suena la música
más suave, donde nada se sabe pero todo se aprende, donde el pájaro calla entre
las ramas y se mece la luz y se olvida el olvido de olvidarse.
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