sábado, 20 de septiembre de 2014

FRUTA PARA EL CAMINO


¿Quién?, ¿dónde?, ¿de dónde? ¿hacia dónde?, ¿con quién?...
El amado se llena de preguntas porque la amada ha aparecido deslumbrante, tras el trueno y la lluvia, en el fragor ardiente de la tarde. No es el camino ahora un inicio de aurora ni un horizonte de crepúsculo; es un rayo que mata y que detiene, es un alto en la faz de la fatiga y un asiento de mármol que invita a hacer un alto y a dejarse inquietar por la palabra.
¿Quién eres?, le pregunta. Y ella se deja ver y anuncia los espejos de su vida, los baúles del tacto y el comienzo escondido del camino. “Recuerda que soy música y soy fuego, que comenzaron siendo un día lejano, y han sido brasa y han sido sinfonía dormidos en rescoldos y en ecos y en chispazos.”
¿Dónde?, le sigue preguntando en medio de la duda y la sorpresa. “En todos los lugares en los que la luna puso sus vestidos y dejó al descubierto mis senos azulados y redondos. También en los caminos espinosos, donde los pies se llagan y se duelen, y el dolor se incorpora con la fuerza del látigo. En las horas del tedio y de las risas. Y en el lugar del llanto.”
Él enciende sus ojos y la mira. Y recuerda y se olvida. Y todo es ya relámpago y sonido que dejan su caricia y su mirada.
¿De dónde y hacia dónde?, continúa el diálogo. “No sé de dónde vengo. Tal vez de los dominios del olvido, de los ríos azules de la infancia, del horto de la luz y de los días, de un ensamblaje dulce de los cuerpos, de los despojos lentos de las horas y del azar sin fin y la sorpresa, del fondo más común en el que todos somos mostaza y levadura y aprendices de algas. Mi camino es incierto. Solo sé que mis pasos son sencillos, que la brisa me orea y en el huerto cojo las rosas dulces, las manzanas que muerdo con mi boca sedienta. Y sé que el horizonte me aguarda con la vida del brazo y con la huella roja de sueños y de nubes. Y quiero el horizonte tomada de la mano, con mis pechos al viento y mis manos abiertas en abrazo, con saliva de besos y muchas flores blancas en mi vientre.”
¿Con quién quieres llegar al horizonte?, le pide mientras llora. “Con quien acerque fuego hasta mis labios y me hiera con llagas de contento; con quien olvide el tiempo y el espacio para ser el principio del principio cuando asome el final de los finales; con quien desdiga su nombre para subir al árbol del pronombre y tirite de asombro frente al viento; con quien mire y eche fuego y se desnude para vivir más limpio en las verdades; con quien apague la luz y encienda el fuego de la llama perpetua, con quien se ahogue conmigo y en el fondo sepa que no nos espera nadie, solo el abismo y el silencio; con quien sepa llagarme y no curarme; con quien, al fin, sea yo misma.”

El camino se abrió y, bajo el descenso lento del crepúsculo, los dos amantes fueron hacia el sitio donde se esconde el fuego y el silencio, donde suena la música más suave, donde nada se sabe pero todo se aprende, donde el pájaro calla entre las ramas y se mece la luz y se olvida el olvido de olvidarse. 

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