La
niña dibuja, distraída, sobre una mesa amplia y silenciosa, y los trazos nacen
espontáneos, como si de un parto descuidado se tratara. No sabe muy bien qué
figura es la que conformará pero los trazos siguen dando forma a algo que busca
intimidad y complacencia con la naturaleza. En los brazos de la niña, el
concepto no existe lastrado por la lógica y el pensamiento, la cultura no ha
embarrado aún la espontaneidad y la inocencia. Porque los trazos que salen de
la mano de la niña salen también de un fondo luminoso y vago que se acerca a la
materia común y deliciosa, al seno de la forma y los colores, a la línea
perfecta y sin complejos, al centro de la nada y del misterio.
Los
trazos del dibujo de la niña son la misma niña sin conciencia, la expresión
inmediata de un mundo simple y cálido, el magma que se asoma hasta ese cráter
con fondo blanco y limpio. Y el mundo se hace espuma blanda y trazo que se
afirma en un baile absoluto de puntos y de curvas.
Cuando
la niña dibuja, miro sus manos niñas y siento que son también las líneas una
prolongación de ellas, en busca de la vida, del parto de la vida, de la
configuración en trazos y en líneas asombradas que se ven descubriendo que el
caos toma forma y se aparece ante ella. La vida es ahora líneas y figura, una
figura tenue y esponjosa, con mirada de niña y asustada. El mundo, de repente,
se ha disfrazado de algo, se ha acotado y ha aparecido ante la niña. Es la hora
del misterio desvelado, de la aparición, del mundo renovado o concebido.
Porque
la niña es anónima y virgen cuando pinta, pertenece a la suma de materia, a la
pasión sin forma y a la masa, al alma primigenia y escondida del mundo de lo
oculto. Con sus trazos de niña, se aparta de ese magma y viene a ser asombro de
sí misma y del mundo que limita y acota entre sus trazos.
Cuando
la niña termina la imagen, se mira en el dibujo, se mira en la figura de quien
tiene enfrente y le ha servido tal vez de desahogo, y muestra en su sonrisa que
ese mundo está en ella, que ella sabe también reproducir el mundo que hay
afuera y que está también en ella. El mundo se ha hecho línea y se ha hecho
trazo, y se ha empequeñecido y se ha hecho forma. Ya todo tiene límites y puede
ser tomado por la niña, ya pertenece a ella y no a la nada.
Después
vendrá el concepto y el asunto de los significados, la losa pesadísima del
mundo y la cultura, el orden y los cánones, el fuego y el invento del mercado,
la huida del placer y la inocencia…
Hoy
la niña dibuja felizmente sobre un papel en blanco, inmaculado. El mundo se
hace carne, se concreta en figura de hombre, que mira con asombro el milagro
glorioso de la niña dibujándolo a él mismo, como eslabón del tiempo, como un
asomo limpio al corredor del tiempo, en brazos amorosos de la niña.
1 comentario:
Me lo quedo Antonio....Cómo me ha gustado esta descripción de la inocencia y la potencialidad de nuestros nietos en la infancia más feliz.
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