viernes, 19 de septiembre de 2014

SARA DIBUJA Y ME HACE UN RETRATO


La niña dibuja, distraída, sobre una mesa amplia y silenciosa, y los trazos nacen espontáneos, como si de un parto descuidado se tratara. No sabe muy bien qué figura es la que conformará pero los trazos siguen dando forma a algo que busca intimidad y complacencia con la naturaleza. En los brazos de la niña, el concepto no existe lastrado por la lógica y el pensamiento, la cultura no ha embarrado aún la espontaneidad y la inocencia. Porque los trazos que salen de la mano de la niña salen también de un fondo luminoso y vago que se acerca a la materia común y deliciosa, al seno de la forma y los colores, a la línea perfecta y sin complejos, al centro de la nada y del misterio.
Los trazos del dibujo de la niña son la misma niña sin conciencia, la expresión inmediata de un mundo simple y cálido, el magma que se asoma hasta ese cráter con fondo blanco y limpio. Y el mundo se hace espuma blanda y trazo que se afirma en un baile absoluto de puntos y de curvas.
Cuando la niña dibuja, miro sus manos niñas y siento que son también las líneas una prolongación de ellas, en busca de la vida, del parto de la vida, de la configuración en trazos y en líneas asombradas que se ven descubriendo que el caos toma forma y se aparece ante ella. La vida es ahora líneas y figura, una figura tenue y esponjosa, con mirada de niña y asustada. El mundo, de repente, se ha disfrazado de algo, se ha acotado y ha aparecido ante la niña. Es la hora del misterio desvelado, de la aparición, del mundo renovado o concebido.
Porque la niña es anónima y virgen cuando pinta, pertenece a la suma de materia, a la pasión sin forma y a la masa, al alma primigenia y escondida del mundo de lo oculto. Con sus trazos de niña, se aparta de ese magma y viene a ser asombro de sí misma y del mundo que limita y acota entre sus trazos.
Cuando la niña termina la imagen, se mira en el dibujo, se mira en la figura de quien tiene enfrente y le ha servido tal vez de desahogo, y muestra en su sonrisa que ese mundo está en ella, que ella sabe también reproducir el mundo que hay afuera y que está también en ella. El mundo se ha hecho línea y se ha hecho trazo, y se ha empequeñecido y se ha hecho forma. Ya todo tiene límites y puede ser tomado por la niña, ya pertenece a ella y no a la nada.
Después vendrá el concepto y el asunto de los significados, la losa pesadísima del mundo y la cultura, el orden y los cánones, el fuego y el invento del mercado, la huida del placer y la inocencia…

Hoy la niña dibuja felizmente sobre un papel en blanco, inmaculado. El mundo se hace carne, se concreta en figura de hombre, que mira con asombro el milagro glorioso de la niña dibujándolo a él mismo, como eslabón del tiempo, como un asomo limpio al corredor del tiempo, en brazos amorosos de la niña.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Me lo quedo Antonio....Cómo me ha gustado esta descripción de la inocencia y la potencialidad de nuestros nietos en la infancia más feliz.