martes, 2 de septiembre de 2014

EL FALSO QUIJOTE


Supongo que en nuestra literatura no hay otro caso de imitación tan sonado como el llamado falso Quijote, o Quijote de Avellaneda. No estoy seguro de que lo haya leído mucha gente, pero sí que se han gastado ríos de tinta en dar con el rastro seguro de su creador, como si el nombre fuera realmente algo importante.
Este asunto ejemplifica, mejor que casi ningún otro, el valor y consistencia de las imitaciones en la vida, al menos las del mundo de la creación literaria. Habría que saber al menos dos cosas fundamentales. La primera es que en los siglos de oro las imitaciones se consideraban de manera positiva, como un intento de llegar a la altura del original. La segunda es que, en el mundo de los héroes de caballería, la saga era algo casi obligado. Seguro que solo esto ya mitiga bastante algo que, visto varios siglos después, suscita rechazo y hasta enfado.
He dedicado los últimos días a las páginas del falso Quijote y mi opinión es que, aunque no resiste ni por asomo la comparación con el cervantino, encierra valores dignos y atesora un estilo que a mí me ha resultado divertido y no de segundo orden. Y no puedo decir menos de su estructura, más cuajada que la del original. Lo que en el nivel léxico es fárrago para algunos, para mí es competencia lingüística del autor y dominio de la palabra, por citar solo un nivel.
Pero echo en falta, muy en falta, los gracejos continuos del Sancho original, las conversaciones entre escudero y caballero sobre todo lo humano y lo divino, la proximidad a lo inmediato y tantas cosas más. Y rechazo el abuso de rigorismo propio de algún gerifalte eclesiástico, al que la reforma religiosa le había caído como losa sobre los hombros, y tantas cosas que dejan en evidencia una obra que se sostiene pero que mira a otra gigante y colosal. De tal manera lo hace, que el pseudoquijote se queda en el mundo trasnochado de la caballería andante, mientras que el original cervantino alcanza todos los principios que mueven y moverán al ser humano en cualquier tiempo y lugar.
No me extraña que Cervantes hiciera morir a su héroe mientras que el desconocido autor de la imitación lo encerrara en un manicomio toledano y lo dejara en cura para salir de nuevo “por tierras de Castilla la Vieja… llevando por escudero a una moza soldada.”
Tengo para mí que hemos gastado mucha tinta en indagar acerca del nombre del segundo autor y menos en el valor mayor o menor de las imitaciones, imitaciones de entonces, de ahora y de siempre. Qué buen asunto para una tertulia. O para un ensayo sesudo.
Por cierto, hay imitaciones, y casi copias, del segundo autor a Cervantes, pero hay imitaciones y comentarios abundantísimos de Cervantes al segundo autor, en un juego fantástico que divierte al lector muy mucho.

Hoy no es el día pues el calor puede derretirnos el caletre.

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