Ven
que te coja en brazos, mi niña, y que te explique. Para ti todo es limpio y luz y risa y
viento.
Estamos
en la esquina de esta plaza, viendo pasar las nubes por el cielo, sin rumbo
definido, juguetonas, pintando malabares en el viento, como tú los dibujas
cuando quieres, en esta tarde gris en que el verano ya se presiente lejos y
confuso. ¿No ves aquel muñeco que se empeña en sujetarse todo al campanario,
para darnos las horas sin cansarse desde hace no sé cuánto? El Abuelo Mayorga lo llaman los vecinos de
estas tierras. Ese sí que se sabe muchos chismes de todas estas gentes. Déjalo
allá en lo alto, viendo pasar el tiempo y las cigüeñas.
Y
ahora, mira cómo se viene andando por la esquina. ¿Lo ves? Tiene cara de joven
y ya es viejo. El tiempo le ha marcado los surcos de su frente y esas arrugas
hondas que muestran sus mejillas. Está pidiendo a voces que alguien le dé una
ayuda, que ya no puede más, que ha de ser de las últimas pues su cuerpo no
aguanta y presiente la noche y el olvido. Fíjate, casi llora cuando nos dice
esto. En cuanto alguien se mueve y se preocupa, él se afirma en sí mismo: “No
se preocupe, que no voy ni a arrimarme, que yo ya nunca robo, solo quiero que
me den algo porque no aguanto más y estoy a punto de morirme.” Ves, alguien le
da una moneda y se marcha por una bocacalle murmurando la misma cantinela: “A
mí ya me queda poco y estoy a punto de morirme: no tendré que seguir pidiendo más.”
¿De
dónde habrá venido hasta esta plaza de este otoño extremeño? ¿Qué pasado le
aplasta y le domina hasta dejarlo en brazos de la muerte? ¿Cuántos ratos de luz
arrebatada y de oscuras caídas? ¿Cómo se cifra el mundo en su mirada? Seguro
que no llega a la treintena y está solo en los brazos del olvido. Su familia es
la calle y es la noche y el frío, y su voz no se escucha, y sus ojos no miran
con alguna migaja de esperanza. Su vida es solitaria y es pasado, pues su
presente es muerte y abandono. Ni siquiera se asoma hasta su cuerpo el eco del
miajón de los castúos. ¿Lo ves cómo se pierde por esas callejuelas y se lleva
la angustia y el hastío, y el gramo de consuelo y de certeza que anida en sus
palabras?
Aunque
no estás presente, te tengo entre mis brazos y te aprieto con fuerza y soy tú
misma. Mira, Sara, la vida es tan hermosa, que hasta merece la pena vivirla y
conquistarla, verla en gozo y ayuda, desde la sensatez pero no desde el miedo,
dejándose llenar por lo que sirve y no por lo que mata y anula tus sentidos.
Mira cómo nos mira desde arriba el Abuelo
Mayorga y cómo lo mira a él mientras se pierde y nos deja ese poso de
amargura.
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