Hay citas obligadas,
encuentros peligrosos y llamadas gozosas. Cada cual tiene las suyas y en todas
ellas cumple según las circunstancias.
Entre mis citas anuales obligadas
y gozosas, se halla mi encuentro con el almendro. ¿Pero almendros en Béjar?
También en tierras altas se asoman a la vida los almendros y anuncian el lento despertar
del sueño del invierno.
Hoy he cambiado mi recorrido
matinal. Olvidé la carretera de acceso al monte Castañar, dejé en el misterio y
el silencio la Fuente del Lobo (¡a estas alturas casi sin agua entre sus fauces!),
no saludé a los montes y regatos que llevan y que traen de la Centena, y me fui
calle abajo en busca del almendro.
El Parque Municipal se
despierta lentamente con los primeros pasos de los madrugadores; lo bordean los
coches, que ruedan con prisa, camino de no se sabe dónde. Lo bordeamos
tranquilos y sin prisas. Es tarea diaria y yo creo que los árboles nos conocen
y hasta nos saludan desde sus ramas desnudas y aún frías. Una nutrida bandada
de palomas rastrea con sus picos la hierba y las semillas, y algunas ya zurean.
Ahí se quedan saltando, como primeras habitantes de este parque desnudo.
El Cordel de Merinas acoge los
rumores de los coches en su andar paralelo y encogido. Cuánta historia por él
en el pasado. Alguien pasea un perro. La regadera corre muy deprisa, cargada
con los restos de la lluvia. Lo demás es silencio, mirada y complacencia.
Llego con curiosidad a la
Fabril, recuerdo de niñez y de trabajo, de fábrica y horarios, de proyectos
pasados. Hoy toda una barriada se levanta en sus solares. Me acerco a los
castaños de indias que amparan, como buenos centinelas, la travesía. ¿Apuntarán
sus yemas? ¡Hemos entrado en marzo! No hay cuidado. Apuntan, pero menos o muy
poco. ¿Cómo es posible esto a estas alturas? Efectos del invierno, del frío y
de los hielos.
Pero era mi objetivo el
almendro y sus flores. Y allí están colgados en las piedras, asomados al mundo
de nuevo, con su inocencia blanca y espumosa. Apenas son tres arbolitos
colgados en las hendiduras de las peñas, mostrándose a la vista y alegrando la
luz de la mañana. Me paro a contemplarlos como hago cada año. Me absorben mis
recuerdos, ya lejanos, al lado de estos árboles, con el túnel del tren al lado,
huyendo hacia el norte entre los humos y hacia la luz del sur de la estación; también
el paso rápido del tiempo, que se lleva entre sus brazos mi vida y las vidas de
aquellos que tanto los miraron y me vieron mirarlos,
Este año he acudido con
retraso a la cita que tengo concertada con el aviso temprano del almendro. Será
por estos fríos y este invierno tan largo. He fallado y lo siento, porque ellos
sí están, como siempre, esperando que vaya a visitarlos. Sé que ellos me
disculpan.
En cuanto pase el núcleo de
estas aguas, todo ha de ser locura de naciente primavera, será todo un griterío
sin pausa proclamando la vida y su presencia. No puede ya tardar en darse a
todos. Ha llegado el heraldo cantando la noticia. Y yo ya tengo ganas, muchas
ganas. Pero el primer abrazo será para el almendro, para esa niña flor que se
derrama y alfombra con sus pétalos el suelo en el que yo viví y miré a la vida
con ansias y con luz, con los abrazos de los que me quisieron.
El almendro sigue recordándome
firme cada año lo que fue y lo que es. Gracias por todo.
2 comentarios:
Qué bien escribes!
Es tu bondad de lectora.
Publicar un comentario