La
fraseología tradicional conserva expresiones que vienen a sugerirnos ese falso
orgullo de pertenecer a un terruño como algo especial. Cuando eso se exagera,
la experiencia nos enseña cuánto mal acarrea y cuánta división almacena. Es
verdad que todo se produce en un espacio y en un tiempo, y que en nada se puede
escabullir la explicación de un fenómeno si no sabemos situarlo en ese espacio
y en ese tiempo precisos que todo lo condicionan. Pero el espacio y el tiempo
son conceptos que aspiran a lo absoluto y que, en cuanto elevamos la mirada y
abstraemos, se nos van de la mano y desmitifican cualquier cosa hasta
convertirla en minucia.
Vamos
de nuevo al mundo clásico.
Antístenes
es un filósofo griego que vivió a caballo entre los siglos quinto y cuarto
antes de Cristo. Su familia no tenía pedigrí ateniense por parte de madre. Ya
sabemos hasta qué punto las ciudades griegas eran territorios autónomos e
independientes, ciudades-estado. Con frecuencia, algunos atenienses le gastaban
la broma (o no tan broma) de ponerse chulitos delante de él precisamente por
haber nacido en Atenas. O sea, como si dijeran que habían nacido en Bilbao o en
los alrededores. Entonces, el filósofo Antístenes les respondía: Atenienses, no
seáis imbéciles. Si os dais el pego por haber nacido en Atenas, habéis de saber
que no por ello sois mejor que los caracoles y los saltamontes que también
nacen en vuestra ciudad.
Seguramente
la anécdota no tendría más alcance si no la viéramos reproducida en frecuencia
y en exageración. Cuando el contexto -que todo lo condiciona y reescribe- sitúa
la manifestación en la risa y en la chanza, poco hay que decir. No es seguro
que sea ese el intento en todas las ocasiones.
En
esta ciudad estrecha de Béjar, ya se ha consolidado la división entre bejaranos
y bejarauis. Los segundos, por resumir, serían aquellos que se asimilan a los
atenienses que increpaban a Antístenes.
Algo
parecido sucede, me parece, con el asunto de los nacionalismos excluyentes (en
realidad, con cualquier nacionalismo), que terminan concediendo valor a unas
variables que responden sencillamente al azar, y que, en los tiempos actuales
de la globalización no tienen por donde agarrarlos. Por eso se convierten en
tan peligrosos y acarrean tantos enfrentamientos y disgustos.
Si
vuelvo la vista hacia mí mismo, encuentro siempre el tirón de la tierra que me
vio nacer, a pesar de lo poco que, en los últimos tiempos, la frecuento. No me
arrepiento de ello, claro. El territorio de la niñez es y seguirá siendo edénico
y a él vuelvo en mis palabras y en mis pensamientos muchas veces. Tampoco
reniego de la estrecha ciudad que me ha acogido durante tantos años. Admiro su
paisaje, me llama la atención su historia, de la que ya formo parte, me duele
lo que en ella pasa y padezco con ella…
Pero
quiero ser consciente de que todo es producto del azar y de esos conceptos
amplios y nebulosos del tiempo y del espacio. Por eso, creo que Antístenes
respondía con certeza a los atenienses. Cada uno debe ser dignamente de su pueblo
o ciudad y del mundo, y, cuanto más ahonde en los elementos esenciales, más se
encontrará con que son los mismos para lo pequeño y para lo grande, para lo de
aquí y para lo de allí, para lo de antes y para lo de ahora o para lo de después.
Así
que, ciudadanos atenienses, bejarauis, nacionalistas de toda clase, bilbaínos y
arrimados, y chauvinistas en general, daos la mano y cantad juntos en lugar de
gritar y sacar pecho, porque esa es la mejor forma de sentirnos todos más
contentos y amigos, ciudadanos de un pueblo y del mundo a la vez. ¿No veis con
qué sencillez y claridad lo explicó Antístenes?
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