Mi
historia es una historia literaria y un poco filosófica. Quiero decir que,
durante muchos días y durante muchos años, mi roce con la realidad ha tenido
mucho que ver con la literatura, con los libros y con sus aledaños. Hasta el
punto de que esta variable creo que me ha modelado y ha creado en mí bastantes
de las formas y de los principios en los que acaso me sustento. No es la única,
por supuesto, pero la reconozco como una de las más importantes.
Algo
similar me ha ocurrido con la filosofía, o con sus primas la ética, la religión
o hasta la sociología. A este campo de la filosofía llegué más tarde, pero
siempre me ha llamado la atención y me ha robado, para mi provecho, tiempo y esfuerzos.
A
ambas manifestaciones tengo mucho que agradecerles y de ellas me siento
orgulloso. Mi biblioteca puede dar muestra física de que no miento.
Un
apunte que, como quiero cada día, supere el caso personal -para mí muy
importante, pero solo para mí- y ascienda hasta el nivel de los principios, si
es que puede.
¿Qué
aporta más al avance social, el mundo de la literatura o el mundo de la filosofía?
No tengo respuesta clara, como me sucede casi siempre
Cuando
se lee literatura, el lector está más predispuesto a dejarse llevar hacia esos
mundos nuevos que el autor le propone; de ese modo, la voluntad cede con más
facilidad y la mente y la forma de pensar y de actuar del lector se impregnan
de los esquemas que en la obra se desarrollan. El camino termina por estar,
entonces, más expedito y la siembra nace y crece con facilidad.
Cuando,
por el contrario, nos acercamos a un texto filosófico, lo que aparece en él es
el intento de convencernos de la fortaleza de una idea de la que nosotros con
frecuencia no estamos convencidos y, en consecuencia, solemos oponer más
resistencia mental. Por eso el razonamiento, no siempre sencillo y accesible, como
base de la filosofía, y la argumentación y confrontación como camino para el
convencimiento. Como, además, en la filosofía nos movemos en el mundo de los
principios y de las abstracciones, la dificultad en la comunicación y en la
aceptación se torna mayor y el cultivo se vuelve minoritario.
En
ambos casos caben muy diversos grados y los límites se muestran difusos en
numerosas ocasiones. Eso hay que darlo por descontado. Demasiadas veces, uno
tiene la percepción de que los esquemas narrativos se repiten en la literatura
y, entonces, al lector acaso le pueda la sensación de estar perdiendo un poco
el tiempo por haber visto lo que lee demasiadas veces. Por otra parte, hay
textos filosóficos que se presentan con un nivel de abstracción y dificultad de
lectura y de comprensión que en poco ayudan a la aproximación del lector.
Parece,
pues, que alguna razón hay para no decantarme por ninguno de los dos caminos. Reconozco
que cada día selecciono algo más algunos libros de literatura y que, en los últimos
años he dedicado paulatinamente más tiempo al pensamiento filosófico. Ahí están
mis entradas en esta ventana, por ejemplo.
Pero,
como decía, mi caso es personal, e interesa solo como ejemplo para la reflexión.
No sé qué puede suceder en otros casos. El apunte queda ahí. Allá cada cual.
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