lunes, 14 de mayo de 2018

LITERATURA Y FILOSOFÍA



Mi historia es una historia literaria y un poco filosófica. Quiero decir que, durante muchos días y durante muchos años, mi roce con la realidad ha tenido mucho que ver con la literatura, con los libros y con sus aledaños. Hasta el punto de que esta variable creo que me ha modelado y ha creado en mí bastantes de las formas y de los principios en los que acaso me sustento. No es la única, por supuesto, pero la reconozco como una de las más importantes.
Algo similar me ha ocurrido con la filosofía, o con sus primas la ética, la religión o hasta la sociología. A este campo de la filosofía llegué más tarde, pero siempre me ha llamado la atención y me ha robado, para mi provecho, tiempo y esfuerzos.
A ambas manifestaciones tengo mucho que agradecerles y de ellas me siento orgulloso. Mi biblioteca puede dar muestra física de que no miento.
Un apunte que, como quiero cada día, supere el caso personal -para mí muy importante, pero solo para mí- y ascienda hasta el nivel de los principios, si es que puede.
¿Qué aporta más al avance social, el mundo de la literatura o el mundo de la filosofía? No tengo respuesta clara, como me sucede casi siempre
Cuando se lee literatura, el lector está más predispuesto a dejarse llevar hacia esos mundos nuevos que el autor le propone; de ese modo, la voluntad cede con más facilidad y la mente y la forma de pensar y de actuar del lector se impregnan de los esquemas que en la obra se desarrollan. El camino termina por estar, entonces, más expedito y la siembra nace y crece con facilidad.
Cuando, por el contrario, nos acercamos a un texto filosófico, lo que aparece en él es el intento de convencernos de la fortaleza de una idea de la que nosotros con frecuencia no estamos convencidos y, en consecuencia, solemos oponer más resistencia mental. Por eso el razonamiento, no siempre sencillo y accesible, como base de la filosofía, y la argumentación y confrontación como camino para el convencimiento. Como, además, en la filosofía nos movemos en el mundo de los principios y de las abstracciones, la dificultad en la comunicación y en la aceptación se torna mayor y el cultivo se vuelve minoritario.
En ambos casos caben muy diversos grados y los límites se muestran difusos en numerosas ocasiones. Eso hay que darlo por descontado. Demasiadas veces, uno tiene la percepción de que los esquemas narrativos se repiten en la literatura y, entonces, al lector acaso le pueda la sensación de estar perdiendo un poco el tiempo por haber visto lo que lee demasiadas veces. Por otra parte, hay textos filosóficos que se presentan con un nivel de abstracción y dificultad de lectura y de comprensión que en poco ayudan a la aproximación del lector.
Parece, pues, que alguna razón hay para no decantarme por ninguno de los dos caminos. Reconozco que cada día selecciono algo más algunos libros de literatura y que, en los últimos años he dedicado paulatinamente más tiempo al pensamiento filosófico. Ahí están mis entradas en esta ventana, por ejemplo.
Pero, como decía, mi caso es personal, e interesa solo como ejemplo para la reflexión. No sé qué puede suceder en otros casos. El apunte queda ahí. Allá cada cual.

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