No sé qué es más real, o que
no gana uno para sustos, o que ya, en realidad, nada nos asusta porque no nos
sorprende.
Asistí ayer a la romería de la
Peña de la Cruz, una fiesta de primavera, como tantas en estas fechas, que
recoge el espíritu de alegría ante el triunfo de la naturaleza y el dominio de
los sentidos y de la luz. A su lado, y en paralelo de apropiación que daría
muchas páginas para su explicación, el patrocinio religioso, en este caso de
esta cofradía centenaria en Béjar, la Cofradía de la Vera Cruz, y de su abad
anual, en este caso, Manuel de Frutos. Gracias, Manolo y Pepe. El día tuvo de todo y en todas las
variables: elementos de naturaleza, religiosos, de amistad, de caminos y
paisajes, y hasta de buena comida. Los organizadores hacen todo lo posible para
que la tradición se mantenga y a ellos hay que darles las gracias, aunque la
realidad muestra que, si no se le da una vuelta a todo esto, el entusiasmo y el
patrocinio decaen, y no sé si con él no lo hará también la propia tradición.
A la vuelta me encuentro con
el enésimo escándalo atribuido a un miembro del PP, en este caso a Eduardo
Zaplana. Como hace escasos días critiqué en esta ventana la actitud de los
dirigentes de Podemos Pablo Iglesias e Irene Montero, me veo en la obligación
de decir algo acerca de este nuevo caso.
Me molesta sobremanera gastar
tiempo y esfuerzo en criticar. Sigo pensando que no he venido a esta vida a
juzgar sino a vivir queriendo y siendo querido. Si lo hago es porque creo que
tengo alguna responsabilidad social y moral, y siempre con la intención de
reflexionar y de que esa reflexión me acerque y nos acerque a una convivencia
un poco menos mala.
Pero no juzgar no significa ni
estar de acuerdo ni en desacuerdo con algo que sucede. Es más, el silencio, en
muchas ocasiones, significa la crítica más feroz que imaginarse uno pueda. Aquí
el recuerdo del dicho aquel de “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”,
ese silencio tan sonoro que atruena en el vacío con un dedo acusador que
persigue sin descanso.
Luego vienen los contextos
personales, esos que te hacen seleccionar a ti solo esos casos que más te
llaman la atención, vete a saber por qué razones.
Y yo he de reconocer que todo
lo de este señor, que no escondió nunca que tenía que hacerse rico como fuera,
me pone de los nervios. Como sucede en otros casos, tal vez no sea por las
mismas razones que importen a otros. A mí eso del dinero parece que me molesta
menos; y, si lo hace, es por las desigualdades sociales que crea. Porque nunca
he entendido cómo nos engañamos olvidando que lo que se pone en un sitio es que
se quita de otro. Sin embargo, lo que más me molesta y me saca de razón en la
chulería formal de este señor y de todo lo que parecía querer representar. Esa
media sonrisa por encima del hombro, siempre de arriba abajo, como si los otros
fueran algo menos importante… Ese detentar el poder como si lo hubiera conseguido
en alguna batalla y eso lo invistiera de no se sabe qué halo misterioso…
Hay muchísimos ejemplos que
dan muestra de lo que digo. Me quedo, muy por encima de todos los demás, con
aquel que se produjo en la comisión de investigación del 11-M. Hablaba Pilar
Manjón -aún hoy se me saltan las lágrimas-, aquella mujer transida de dolor por
la muerte de su hijo y entera a la vez. Y este susodicho y chulo de mierda se
entretenía entre la lectura del periódico y la sonrisa sardónica delante de las
narices de aquella mujer. Para haberlo colgado de ciertas partes, si es que las
tiene, y haberle dejado dando vueltas durante algunos meses. Esta falta de
empatía y de compasión es lo que más me duele; mucho más que el desfalco de no
sé cuántos millones. Aquí se me desata toda una ristra de improperios que no
puedo reproducir.
Pero ya se ve que a todo
puerco le llega su san Martín. Pues ahí lo tiene.
Sigo sin alegrarme del mal de
nadie. No creo en las cárceles. Tengo que reconocer, no obstante, que hoy algo
me remuerde en la conciencia que parece decirme algo así como que el que la
hace la paga. Para mí este sujeto no entra ni en baremo; no sé en realidad ni
cómo le he dedicado estas líneas. En realidad, el silencio debería haber sido
el rechazo más rotundo y el tortazo más sonoro. Debilidades que tiene uno.
Ah, y todo esto se produjo en
unos años en los que la pirámide tenía un vértice con nombres y apellidos. De
ese ápice todavía no se ha dicho nada. Veremos qué pasa.
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