El
fruto desbarata la forma de la flor. Pero es más tarde eso. Ahora es tiempo de
flor y de ternura. Porque hay hojas y flores que tardan y se duermen en su paso
a la vida. La primavera estalla cuando estalla. Y aquí en estas montañas y
estos valles suele tardar lo suyo. Luego, cuando se abre la puerta, todo se
desparrama y enloquece.
He
subido esta mañana hasta la Peña de la Cruz, en un día luminoso y de
temperatura agradecida. Llano Alto reposa, como siempre, sentado en un mirador
privilegiado, que contempla complacido todo lo que le da la sierra y le da el
valle. El caminante duda y se divide. Una mirada hacia abajo, y todo verde;
otra hacia las altas cumbres, y aún buena parte blancas. Sigue blanco el lomo
de esa loba que nos vigila atenta y que nos aguarda siempre. Hay que subir a verla
pronto, y mirar desde allí hacia el infinito, y sentirse pequeño y casi nada, y
cantar con el viento y con el cielo, y presentir la luz del horizonte, y
adivinar los mares no sé dónde… Qué hermosa es esta vista de la sierra…
El
camino conduce al caminante por espacios abiertos, con pinos que ya lucen frondosos
y bien altos, estos mismos que un día vinieron a suplir a las cenizas de un
pavoroso incendio. Han sufrido sequías y tormentas, heladas y sofocos en
verano, pruebas de todo tipo; y ahí están, altivos y robustos. Este año, hasta
limpios de tiñas y de polvo.
El
ascenso es suave y cadencioso, con los pinos cantando cara al viento y siempre
con la vista de la sierra y del valle, que se hunde en lo profundo. El valle
entero verdea en un color muy tierno. Qué descansada vida… Junto a los pinos,
los grandes robledales, los castaños, los espinos ya blancos, las escobas que
empiezan a festonear el paisaje con sus colores amarillos y los espliegos
apuntando sus moradas flores.
Vámonos
hacia arriba, que el camino es amable. La altura da sosiego y abre el alma,
extiende el panorama y hace más pequeña la presencia de las cosas. La cruz de
Jesusín, el Peladillo, la senda ahora desbrozada del Camino de los Registros, las
últimas revueltas. Venga. Y la última llanura.
El
paraje se muestra solitario, pero hoy es un jardín florido, lleno de margaritas
tan contentas, Aún suena un regatillo que inicia el recorrido monte abajo.
Y,
al final, el refugio, hoy renovado en sus cuidadores. Y la cruz en la peña. La
Peña de la Cruz. Mirador excelente para todo un paraje que se pierde por los
confines del Pico Cervero, que se asoma a la Peña de Francia, que mira con altivez
a todas las tierras de Salamanca, que mira de reojo la llanuras extremeñas, y
que, siempre, confronta en amistad con la sierra de enfrente.
Aquí
hay que descansar de la subida, hay que reponer fuerzas, hay que ver y mirar,
hay que admirar lo hermoso de esta naturaleza y hay que sentir si acaso no
somos simplemente un pequeño trocito de ese mismo tesoro. Cada cual a lo suyo
por un rato. Tomando aire del puro, dejándose llevar por lo que sienta.
La
vuelta hoy fue bajada por esa hermosa senda, más umbría y cerrada, que desde
hace tantos años sirve agua bien fresca, a base de arcas madre y de registros,
a un estanque mayor de Llano Alto. Este camino estrecho guarda historia muy
larga y provechosa. Mejor camino aún este para días de sofoco: sus sombras son
tan amplias y cerradas…
Cuando
el caminante llega a Llano Alto y alza la mirada de nuevo hacia la Sierra, cree
entender más claro qué significa el alma de la naturaleza. Abajo espera el
ruido de la ciudad estrecha. Béjar es muchas cosas, desde luego. Una de las
mejores es sin duda esa lujuria densa que dejan ver los poros de su naturaleza.
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