El
campo me ocupado la mañana. Está en todo su esplendor y no se pueden dejar
pasar los días: después se echa el calor encima y la naturaleza siempre impone
sus leyes. La tarde será para la lectura. Ah, y para el fútbol, claro, que hay
final de la champions y se cierra la temporada, aunque solo sea por unos días.
Es que esto del fútbol no nos deja ni respirar. Bueno, pues que gane el mejor y
que nos divirtamos todos, si es que estas dos condiciones se pueden dar a la
vez.
El
asunto me sirve de pretexto para una simple consideración. Es la que tiene que
ver con la importancia y el reconocimiento social que le damos al deporte, y,
en concreto, al fútbol. Los modernos dioses, o semidioses, pasan por la
pasarela del deporte. En ese altar se les ofrecen sacrificios, se les
manifiestan gestos de adoración y se les entregan todas las energías y
pasiones. Y todo esto creo que a cambio de muy poco.
Hace
tan solo unos días, los medios nos han asaeteado con imágenes y comentarios
laudatorios y casi hagiográficos, para con dos jugadores de fútbol que dejaban
sus equipos, forrados ellos solo después de unos pocos años y por la única
razón de haber dado patadas a un balón. Se trata de Iniesta y de Torres,
jugadores uno del Barcelona y otro del Atlético de Madrid.
Es
verdad que estos homenajes no se les ofrecen a todos los jugadores; se suele
hacer con aquellos que han conseguido solapar su carrera con las ilusiones del
club: con ello se han convertido en símbolos. Creo, además, que a sus
cualidades deportivas suman sus cualidades humanas, que se concretan
sencillamente en algo así como ser buenas personas. Que nadie pida más, que no
hay más, tan solo eso. No se les conoce que hayan dedicado demasiadas horas en
trabajos que ayuden a la humanidad, ni que hayan descubierto o razonado acerca
de ningún instrumento que mejore la vida de sus semejantes. Nada de nada.
Sencillamente se trata de buenos futbolistas y personas buenas.
Pero
me sabe a poco para tanto premio. Solo me encaja si se trata de una
sobrevaloración social, producto de una escala de valores manifiestamente
mejorable, o de la desgracia de que apenas existan personas que conjuguen ambas
cualidades. La segunda posibilidad la descarto enseguida porque no necesito ir
muy lejos para descubrir la presencia de buenos profesionales y buenas personas
a la vez: investigadores, médicos, profesores, tenderos, carniceros…. Incluso
de muchos seres humanos que, además (subrayen este además), han entregado su
tiempo y su sapiencia en favor de la comunidad. ¡Y estos no reciben homenajes
ni suben a los altares!
No
es poco poder sostenerse en la seguridad de que uno es una buena persona. No es
poco. Estos dos deportistas seguro que lo son. Enhorabuena. Pero hombre, ¿es
para tanto la cosa?
Los
que van a jugar dentro de unas horas la champions también entran en el olimpo,
con el reducido gremio de los dioses. Incluso si pierden. Si ganan, ya ni te
cuento. Y lo mismo hasta hay entre ellos algunos de los que no se pueda
asegurar del todo que sean buenas personas.
Serán
cosas del fúrbol (así llamaba a este deporte un anterior presidente de federación).
O de la comunidad que lo acoge, lo jalea y lo eleva a los altares. Quién sabe.
Ah,
por cierto, peor aún es ese deseo bilioso y lleno de veneno de que tal equipo
pierda, aunque se trate de gente próxima y de la misma comunidad. Pero en ese
nivel ya no entramos porque el enfermo se pone muy mailto.
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