Asistí ayer durante casi todo el
día a las actividades que festejaban el cincuentenario del instituto Ramón
Olleros en Béjar. Ha sido mi centro de trabajo de siempre y a él he estado
vinculado profesionalmente casi de por vida.
Es el tiempo una línea que se
estira y se va punteando hasta diluirse en bruma para quedarse en nada.
Cincuenta años pueden no parecer muchos, pero, cuando uno los ha vivido casi
todos en el entorno del hecho que se recuerda, sí que son casi todos.
Presentación del libro
conmemorativo, conferencia para dar a conocer con detalle la historia física
del edificio, actuación de un grupo coral, comida de confraternidad de
profesores y muchos antiguos alumnos, algo de teatro y música ruidosa para
final, más una exposición gráfica con motivos de todos estos cincuenta años.
Me lo pasé muy bien porque esta
historia, en buena medida, es mi historia, porque pocas veces como esta para
departir con antiguos colegas, para saludar y dejarse saludar por antiguos
alumnos, para dejarse llevar por la nostalgia, para contarse batallitas del
abuelo cebolleta, para arreglar otra vez el mundo, sobre todo el mundo de la
enseñanza, para ver cara a cara cómo pasa el tiempo, que, lo diré otra vez, es
lo que siempre pasa… Y para no poder atender bien a casi nadie pues las manos y
los abrazos no daban abasto y el día era el que era. Y para notar la ausencia
de aquellos a los que te hubiera gustado ver un rato para charlar y para
recordar cualquier cosa.
Me interesa este último hecho de
las ausencias, que se producen por muy diversas causas, y supongo que todas
justificadas, aunque yo no les encuentre justificación (viajes, compromisos
adquiridos…) y me pregunte por qué ocurren. Tengo para mí que la gente acude en
general a los actos según se siente más o menos concernido por la llamada real
o afectiva que se le haya hecho. Para este caso, creo que hay gente que no
apareció tal vez porque los resultados de su estancia no fueron satisfactorios
y le quede dentro algo de inseguridad y de falta de estima. En algún caso estoy
seguro de que esa falta de autoestima y esa cautela a no encontrarse bien
proviene de asuntos de tipo personal o familiar, o de imposición social. Podría
concretar un buen puñado de casos que encajarían en estas dos variables. Y para
estas, como para otras muchas, aseguro que todos se equivocan, que el paso del
tiempo lo diluye todo y que, casi siempre, aquello que pensamos que puede ser
desestimado por los demás en realidad no cuenta casi nada y que todo el mundo
acaba por ser acogido con buena voluntad y con el ánimo de entender cualquier
situación como normal.
Eché en falta a bastantes
personas, pero nos juntamos muchos. Todos testificamos el paso de los años, la
importancia de un centro educativo como este durante cincuenta años en una población
como es Béjar y la satisfacción de haber sido protagonistas de todo ello.
Me parece que, aun siendo todo
mejorable, las distintas actividades se desarrollaron con dignidad, con
participación y con buena acogida. Creo que lo que en realidad quedará de este
cincuentenario con el paso del tiempo serán dos cosas: el libro que se ha
editado y el recuerdo agradable de todos los que nos juntamos. No es poco.
Como yo he participado con una
colaboración importante en el libro y en todas las actividades del día, me
siento contento y satisfecho.
Cuando -la noche ya dueña de las
calles de esta ciudad estrecha- volvía a casa, pensaba en todo lo que ha
quedado atrás en estos cincuenta años y en lo que puede venir en los siguientes.
Del primer pensamiento puedo dar cuenta; del segundo se tendrán que ocupar
otros. Es la vida y el implacable paso de los días.
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