domingo, 3 de noviembre de 2013

ANIVERSARIO DEL RAMÓN OLLEROS


Asistí ayer durante casi todo el día a las actividades que festejaban el cincuentenario del instituto Ramón Olleros en Béjar. Ha sido mi centro de trabajo de siempre y a él he estado vinculado profesionalmente casi de por vida.
Es el tiempo una línea que se estira y se va punteando hasta diluirse en bruma para quedarse en nada. Cincuenta años pueden no parecer muchos, pero, cuando uno los ha vivido casi todos en el entorno del hecho que se recuerda, sí que son casi todos.
Presentación del libro conmemorativo, conferencia para dar a conocer con detalle la historia física del edificio, actuación de un grupo coral, comida de confraternidad de profesores y muchos antiguos alumnos, algo de teatro y música ruidosa para final, más una exposición gráfica con motivos de todos estos cincuenta años.
Me lo pasé muy bien porque esta historia, en buena medida, es mi historia, porque pocas veces como esta para departir con antiguos colegas, para saludar y dejarse saludar por antiguos alumnos, para dejarse llevar por la nostalgia, para contarse batallitas del abuelo cebolleta, para arreglar otra vez el mundo, sobre todo el mundo de la enseñanza, para ver cara a cara cómo pasa el tiempo, que, lo diré otra vez, es lo que siempre pasa… Y para no poder atender bien a casi nadie pues las manos y los abrazos no daban abasto y el día era el que era. Y para notar la ausencia de aquellos a los que te hubiera gustado ver un rato para charlar y para recordar cualquier cosa.
Me interesa este último hecho de las ausencias, que se producen por muy diversas causas, y supongo que todas justificadas, aunque yo no les encuentre justificación (viajes, compromisos adquiridos…) y me pregunte por qué ocurren. Tengo para mí que la gente acude en general a los actos según se siente más o menos concernido por la llamada real o afectiva que se le haya hecho. Para este caso, creo que hay gente que no apareció tal vez porque los resultados de su estancia no fueron satisfactorios y le quede dentro algo de inseguridad y de falta de estima. En algún caso estoy seguro de que esa falta de autoestima y esa cautela a no encontrarse bien proviene de asuntos de tipo personal o familiar, o de imposición social. Podría concretar un buen puñado de casos que encajarían en estas dos variables. Y para estas, como para otras muchas, aseguro que todos se equivocan, que el paso del tiempo lo diluye todo y que, casi siempre, aquello que pensamos que puede ser desestimado por los demás en realidad no cuenta casi nada y que todo el mundo acaba por ser acogido con buena voluntad y con el ánimo de entender cualquier situación como normal.
Eché en falta a bastantes personas, pero nos juntamos muchos. Todos testificamos el paso de los años, la importancia de un centro educativo como este durante cincuenta años en una población como es Béjar y la satisfacción de haber sido protagonistas de todo ello.
Me parece que, aun siendo todo mejorable, las distintas actividades se desarrollaron con dignidad, con participación y con buena acogida. Creo que lo que en realidad quedará de este cincuentenario con el paso del tiempo serán dos cosas: el libro que se ha editado y el recuerdo agradable de todos los que nos juntamos. No es poco.
Como yo he participado con una colaboración importante en el libro y en todas las actividades del día, me siento contento y satisfecho.

Cuando -la noche ya dueña de las calles de esta ciudad estrecha- volvía a casa, pensaba en todo lo que ha quedado atrás en estos cincuenta años y en lo que puede venir en los siguientes. Del primer pensamiento puedo dar cuenta; del segundo se tendrán que ocupar otros. Es la vida y el implacable paso de los días.

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