domingo, 24 de noviembre de 2013

ESA CASUALIDAD


Con frecuencia declaro que nada de lo que sucede por ahí me es ajeno. No sé si lo digo más por realidad que por deseo. La práctica me indica algo bastante más pobre y sencillo.
Salí ayer con mis amigos hasta Piquitos, un paseo serrano helador pero reconfortante por casi todo: paisajes, conversación, viandas, ejercicio físico… Llegué a casa a la hora de comer y, desde ese momento, no sé de lo de ahí fuera en todo el fin de semana, si no es por la vista que de mi amplio jardín, que es la sierra, contemplo desde mi terraza. No sé qué hay por las calles de esta estrecha ciudad ni lo que sucede en otros lugares. Apenas algunas noticias que me ofrece la tele y que se superponen por momentos quedándose en el olvido rápidamente.
Sospecho que, en realidad, existe una indiferencia bastante evidente de mi cerebro hacia lo que me rodea, y mucho más hacia lo que me queda lejos. Tal vez por hacer realidad aquello de “ojos que no ven…”. Mi cuerpo y mi pensamiento han andado muchas horas ayer y hoy de sillón en sillón, recogiéndome del sentido de frío que me trae el aire. Y no es que mi imaginación no haya ido lejos, sobre todo a través de la lectura. Lo que quiero decir es que todas las imágenes terminan viniendo a mi terreno, a mí mismo, a mis apetencias. También las más frecuentes, las de mi familia más próxima, tan desperdigada por ahí durante estos dos últimos días.
Lo que me ha sucedido estos dos días, en realidad es lo que me sucede siempre y lo que, sospecho, le ocurre a todo el mundo. La mente se concentra en una geografía reducida y en un tiempo limitado. De hecho, los lugares que me interesan son los vividos con más o menos intensidad; y el tiempo de recuerdo se me agota en dos o tres generaciones como mucho: los padres, los abuelos (a los que ya no conocí), los hijos, mi nieta, la familia, los amigos…, y ya todo se disuelve y se disgrega como una nube aislada y perdida en el cielo.
¿Por qué le sucede esto a los humanos? ¿Es bueno o malo que esto ocurra? Sospecho que se trata de un acto de pura supervivencia y de algo impuesto por las limitaciones del recuerdo y de la mente. Acaso sencillamente para cumplir aquel dicho popular de que “el que mucho abarca…” Tal vez la energía que necesita mi mente para sobrevivir en estos espacios y en estos tiempos reducidos no sea poca y la naturaleza no me dé ni nos dé más a ninguno de los humanos. Puede que también en esto tengamos que aprender a no ser derrochadores pues lo que hay es lo que hay.
Es otro misterio de la especie humana, tan simple y tan compleja  a la vez, tan rica y tan pobre, tan puesta como por casualidad en un pequeño planeta que orbita una pequeña estrella perdida en una galaxia entre galaxias.

Menos mal que, en esa casualidad de las casualidades, me encuentro con la vida y con las gentes, con la proximidad de aquellos que me quieren  y a los que querría querer como única empresa en la que gasto todos mis ahorros.

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