Si fuera verdad eso de que regular las emociones es lo que
más nos ocupa (al menos sí lo es en su expresión diaria), conocerlas y domarlas
nos reportaría excelentes beneficios de todo tipo y seguramente ahorraría a la
comunidad muchos esfuerzos que ahora dedica a otros asuntos.
No soy especialista en la materia (ni en nada) pero se puede
acudir a cualquier especialista (y sobre todo, como siempre, al sentido común)
y nos describiría algo parecido a esto como la nómina de las principales
emociones básicas: amor, soledad, alegría, tristeza, asco, sorpresa, miedo,
rabia y empatía. Cualquiera de ellas pude ser aumentada o disminuida y nos
producirá otra denominación (por ejemplo rabia nos conduciría a ira), pero no
creo que a casi ninguna otra naturaleza distinta. Con estos sentimientos nos
levantamos, andamos por la calle, compartimos horas en casa, perdemos el tiempo
gustosamente con nuestra imaginación, nos esforzamos o nos desanimamos, y nos
vamos a descansar en espera de un nuevo día en el que enfrentarnos de nuevo con
la vida, en busca de algo parecido a eso que llamamos felicidad.
Pasar de la definición de cada una de estas emociones y
sentimientos a su visualización resulta sencillo: basta con que cualquiera
repase sus últimas horas y lo comprobará: todo se nos ha ido en un enfado, en
un atisbo de tristeza, en un guiño de amor, en un momento de sorpresa, en una
ráfaga de alegría…, en todo eso que comporta el roce con los otros seres
humanos, ese roce necesario que conforma en todos los sentidos la vida de cada
uno de nosotros. No somos sin la configuración de estas emociones y de estos
sentimientos, sin su expresión, y sin los demás para que los reciban y nos los
reenvíen.
La consecuencia se presenta inmediata y clara. Si esas emociones
se conocen, se describen, se analizan y se regulan, nuestro ser se conformará
en unos parámetros más equilibrados y más saludables y determinarán un ser más
saludable, más equilibrado y más sano. También físicamente, porque la salud
moral configura la salud física, y esta le devuelve por el mismo conducto la
respuesta positiva de su bienestar y sentido de felicidad. Ciudadanos así de
conscientes y de sanos mentalmente tendrían que irradiar confianza en la
sociedad y deberían empujar en la mejora de todos los nexos comunes, hasta
conseguir unas relaciones más sencillas, benefactoras y sociales.
Si tuviera alguna influencia económica o moral, empujaría y animaría
a los que detentan el poder a que dedicaran más atención al desarrollo positivo
de todas las emociones y sentimientos que a la curación de las enfermedades que
provocan los malos usos que de ellas hacemos todos.
Los usos prácticos son elementales e infinitos.
Un ejemplo que puede resultar llamativo. Mantener un hospital resulta, desde
luego, esencial para curar la falta de salud. Combatir la soledad no deseada me
parece que ahorraría muchísimos ingresos en esos centros hospitalarios, y, en cualquier caso,
favorecería la existencia de una sociedad más positiva, más animosa y más sana
mental y físicamente. No sé cuantificar en euros pero la comparación estoy
seguro de que la ganaría el arreglo de la soledad.
Mantener un hospital está muy bien (y el de Béjar
mucho más porque está muy alejado de la capital), pero crear locales en los que
la gente (sobre todo los ancianos) se pueda reunir e intercambiar palabras e
impresiones resulta una inversión económica rentabilísima. He escrito
conscientemente rentable en el sentido estrictamente económico. Si pienso en el
sentido moral y social, entonces la inversión me parece que es más favorable
que si se hace en bonos del tesoro al 20% de interés. Pasar de este ejemplo
sanitario al mundo de la educación nos da resultados semejantes. Y en este
plan.
Para ello, claro, hay que tener escala de
valores, no demasiado egoísmo y una pizca de interés social y visión de futuro.
Otra vez me viene a la mente el dicho popular que ya lo ha expresado todo con
certeza y exactitud: “Más vale prevenir que curar”.
Tal vez es que yo ando en las nubes. Sin embargo,
no me gustaría salirme del sentido común. Así es la vida.
Y un añadido aclaratorio: en estas líneas no
existe ningún deseo de que se dejen en el olvido las obligaciones de curar a
cualquier enfermo en nuestros centros sanitarios. Se ha escrito lo que se ha
escrito. Gracias.
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