FALTA DE PLANIFICACIÓN
Era la procesión de sables y
casullas
el contexto sagrado para los
sacrificios,
y eran los fieles procesión en
calma,
soldados voluntarios para una
intifada.
La guerra eran batallas
escondidas,
bombas de azufre intenso contra
los desvalidos,
insultos sin decoro para asesinar
débiles,
discursos al contado para evitar
ancianos.
A todas horas gritos para ganar
mercados
perimetrando cotos de uso
restringido
y reservando accesos para los
refinados.
La guerra era global, todo el espacio
estaba
descrito en un papel,
cuadriculado,
dividido en parcelas de acción y
de consumo.
Algunos generales se ofrecían
a controlar abusos de díscolos
soldados
con castigos y culpas ejemplares
que sirvieran de ejemplo para los
disidentes.
La batalla final dejó un campo
desierto,
vacío de soldados, de metralla,
de lo que en la disputa había
sido vencido.
En lo alto del monte se izaron
las banderas,
los capellanes dieron bendición
al desastre
y comenzó de nuevo a idearse la
forma
de reordenar la vida de las
tropas,
ya salvadas y en gloria de sus sagrados
mandos.
Ninguno había advertido que en la
última batalla
habían perecido hasta los más
valientes
soldados y que nada era posible
ya ni con las bombas
que se habían fabricado y elegido
con los más eficientes
materiales.
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