Una golondrina
no hace verano, pero anuncia el buen tiempo. Por eso uno se solaza cuando
observa el vuelo de esta ave dando vueltas en el cielo. No es el tiempo
precisamente ahora, en estos días de viento, de hielo y de frío, que más bien
certifican que todo anda encogiéndose en sí mismo, en espera de que la luz se
vuelva a encontrar a sí misma y se vaya quedando un ratito más con nosotros. Ya
sabemos que el sol regresa cada mañana, pero a veces da la impresión de que
cualquier día se olvidará de volver por la mañana y de que nos dejará huérfanos
y a oscuras. Como le tenemos buscadas las vueltas, hacemos la celebración del
solsticio de invierno, lo calmamos con nuestras ofrendas y él se compadece de
nosotros hasta el próximo año. Últimamente hemos sustituido la luz del sol por
la luz religiosa, en imposición eclesial; y, como último grito de la moda, del
dios religioso hemos pasado al dios comercial, ese que nos embarca a casi todos
en las festividades y en los regalos obligados, y que nos anula incluso la
capacidad de aguardar unos días y comprar lo mismo a mitad de precio en las
rebajas.
Pero es que
enseguida me extiendo y me descontrolo. Lo de la golondrina aspiraba a otra
reflexión.
Sucede que el
vuelo de la golondrina no es visible en tiempo de frío, pero hay otros vuelos
que, si se produjeran aislados, podríamos interpretarlos con la misma lógica
que los del pájaro de marras. Sin embargo, su vuelo menudea sobre nuestros cielos
y sobre nuestros tejados y se ha convertido casi en plaga. Entonces los
indicios se convierten en evidentes realidades. Y no son precisamente señales
de buen tiempo.
Vamos al
grano.
Un señor,
llamado Rafael Hernando, que ejerce como viceportavoz del PP en el Congreso, se
ha soltado con esta declaración, en relación con las peticiones de los miembros
de las asociaciones de recuperación de la memoria histórica: “Se han acordado de sus padres, parece ser, cuando había
subvenciones para encontrarlos”. Yo escuché esas
declaraciones en directo. Y me escandalicé. Después he oído manifestaciones de
afectados y no oí ni una sola salida de tono; sí, y muy enérgicamente, el
rechazo, no solo de las cuestiones económicas, sino también, y sobre todo, el
rechazo moral de lo que se escondía tras las palabras del susodicho patán Hernando.
No es una golondrina, ni un descuido, ni un desliz, ni un
error, ni un lapsus, ni una equivocación… Es una calumnia, una burla, un
desprecio, un insulto, una mofa, una befa, un acto de soberbia, de arrogancia,
de chulería, de menosprecio…
Ni ha pedido perdón ni piensa pedirlo.
Nadie de sus filas le ha llamado al orden o se ha disculpado.
Actos como este, que tienen más de chulería insoportable y
que anuncian manifestaciones peores en el futuro, se repiten por todas partes:
Generalidad valenciana, Fabra en Castellón, alcaldes gallegos y catalanes (y salmantinos),
curas leoneses, parlamentarios madrileños…
Hay circunstancias que favorecen la expansión de los virus. En
cuanto se producen, la plaga se extiende y se convierte en epidemia, y entonces
campan a sus anchas y sacan a relucir sus genes verdaderos. Al fin y al cabo,
es lo que se produce siempre en la evolución de la materia: la tierra se puso a
tiro en condiciones de temperatura y fabricó la vida; las células se
descontrolan y provocan la muerte.
El ambiente anda propicio para que estas y otras
declaraciones salgan de sus agujeros, donde esperaban la ocasión favorable. Solo
le falta la gotita de Rajoy, que, ejerciendo de despistado, como siempre, puede
declarar que no le consta que exista gente en las cunetas. Vaya un guiso
entonces.
Nos falta la conciencia, el ejercicio de nuestro poder para
representar lo que está sucediendo, para interpretarlo y para proyectarlo en el
futuro, tiempo en el que sucederá lo que nosotros mismos hayamos previsto. Lo
demás es instinto y caos.
Esta golondrinas no anuncian buen tiempo precisamente.
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