miércoles, 6 de noviembre de 2013

ENTRE LA VOLUNTAD Y LA ABULIA


Con relativa frecuencia descubro en mis lecturas textos que me dejan perplejo y que me obligan a detenerme en su contenido o en su ritmo de expresión. A veces es porque me veo reflejado en buena manera en lo que ellos me gritan,  otras es exactamente por todo lo contrario. En algunos casos me apropio de ellos y los copio en mi pensamiento y en mis cuartillas. Con la primera fórmula supongo que crearé un poso de ideas que se removerá no se sabe cuándo para salir a la luz; con la segunda bien podría crear una antología de mis textos favoritos. Soy un ladrón de palabras y de ideas, lo reconozco; y me gustaría seguir siéndolo siempre: hay mucho tonto por el mundo, pero también hay muchas mentes muy bien amuebladas. De estas últimas me gustaría servirme. Estoy seguro de que ellas se sentirían contentas de que así fuera.
Hoy, por ejemplo, releyendo “La voluntad”, de Azorín, he dado con estas líneas:
“Creo que mi ironía es una estupidez. A ratos -y son los más-, toda mi impasibilidad se desvanece al soplo de alguna indignación tremenda. Decididamente, no me conozco. Y todos los esfuerzos por llegar a un estado de espíritu tranquilo resultan estériles ante estos impensados raptos de fiereza.
Yo soy un rebelde de mí mismo; en mí hay dos hombres. Hay el hombre-voluntad, casi muerto, casi deshecho por una larga educación en un colegio clerical, seis, ocho, diez años de encierro, de comprensión de espontaneidad, de contrariación de todo lo natural y fecundo. Hay, aparte de este, el segundo hombre, el hombre-reflexión, nacido, alentado en copiosas lecturas, en largas soledades, en minuciosos autoanálisis. El que domina en mí, por desgracia, es el hombre-reflexión; yo casi soy un autómata, un muñeco sin iniciativas; el medio me aplasta, las circunstancias me dirigen al azar a un lado y a otro. Muchas veces yo me complazco en observar este dominio del ambiente sobre mí; y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche: Y esto es tratándose de cosas literarias: en la vida de diarias relaciones un apretón de manos, un saludo afectuoso, un adjetivo afable, o, por el contrario, un ligero desdén, una preterición acaso inocente, tienen sobre mi emotividad una influencia extraordinaria. Así soy yo, sucesivamente, un hombre afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente, un escéptico…, todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día. La voluntad en mí está disgregada; soy un imaginativo. Tengo una intuición rapidísima de la obra, pero inmediatamente la reflexión paraliza mi energía. En política, yo tal vez fuera el hombre de las soluciones instantáneas, de los golpes mágicos, de las audacias pintorescas…; pero hay algo en mí que me anonada, que me aplasta, que me hace desistir de todo en un hastío abrumador. ¡Soy un hombre de mi tiempo! La inteligencia se ha desarrollado a expensas de la voluntad; no hay héroes, no hay actos legendarios; no hay extraordinarios desarrollos de una personalidad. Todo es igual, uniforme, monótono, gris. ¡Día llegará en que el dar un grito en la calle se considere tan enorme cosa como el desafío de García de Paredes.
Y después de todo, ¿para qué la voluntad? ¿Para qué ese afán incesante que nos hace febril la vida? ¿Por qué ha de estar la felicidad precisamente en la acción y no en el reposo? Desde el punto de vista estético, una estatua egipcia, una de esas estatuas rígidas, simétricas, de inflexible paralelismo en todos sus miembros, es tan bella como la estatua griega, toda movimiento, toda fuerza, del lanzador de discos.
En cuanto al aspecto ético, es secundario. La belleza es la moral suprema. Uno de estos religiosos para mí es más moral que el dueño de una fábrica de jabón o de peines; es decir, que su vida, esta vida ignorada y silenciosa, deja más honda huella en la humanidad que el fabricante de tal o cual artículo. ¿Que no hace nada? Es el insoportable tópico del vulgo: ¡Hace belleza! Una mujer hermosa no hace nada tampoco; no ha hecho nunca nada; su hermosura es un azar venturoso de los átomos…”
Acción, iniciativa, actividad, movimiento, entusiasmo, ardor, celo, energía, deseo, ganas, interés, empeño, tenacidad, constancia…, VOLUNTAD.
Desgana, apatía, abulia, desgana, desánimo, indiferencia…, FALTA DE VOLUNTAD.
Supongo que matizaría algunas cosas, pero creo que yo también me hallo a medio camino entre el hacer y el no hacer, entre el Marta y el María, entre el estallido y la quietud, entre el ánimo y el desánimo.
No hace mucho que le dedicaba horas a Schopenhauer. Ahora lo recuerdo de nuevo. Como lo hace también Azorín.

Por cierto, si alguien quiere aprender a escribir, con apropiarse de las formas de La Voluntad tiene bastante.

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