Con relativa frecuencia descubro
en mis lecturas textos que me dejan perplejo y que me obligan a detenerme en su
contenido o en su ritmo de expresión. A veces es porque me veo reflejado en
buena manera en lo que ellos me gritan, otras
es exactamente por todo lo contrario. En algunos casos me apropio de ellos y
los copio en mi pensamiento y en mis cuartillas. Con la primera fórmula supongo
que crearé un poso de ideas que se removerá no se sabe cuándo para salir a la
luz; con la segunda bien podría crear una antología de mis textos favoritos.
Soy un ladrón de palabras y de ideas, lo reconozco; y me gustaría seguir
siéndolo siempre: hay mucho tonto por el mundo, pero también hay muchas mentes
muy bien amuebladas. De estas últimas me gustaría servirme. Estoy seguro de que
ellas se sentirían contentas de que así fuera.
Hoy, por ejemplo, releyendo “La
voluntad”, de Azorín, he dado con estas líneas:
“Creo que mi ironía es una
estupidez. A ratos -y son los más-, toda mi impasibilidad se desvanece al soplo
de alguna indignación tremenda. Decididamente, no me conozco. Y todos los
esfuerzos por llegar a un estado de espíritu tranquilo resultan estériles ante
estos impensados raptos de fiereza.
Yo soy un rebelde de mí mismo; en
mí hay dos hombres. Hay el hombre-voluntad,
casi muerto, casi deshecho por una larga educación en un colegio clerical,
seis, ocho, diez años de encierro, de comprensión de espontaneidad, de
contrariación de todo lo natural y fecundo. Hay, aparte de este, el segundo
hombre, el hombre-reflexión, nacido,
alentado en copiosas lecturas, en largas soledades, en minuciosos autoanálisis.
El que domina en mí, por desgracia, es el hombre-reflexión;
yo casi soy un autómata, un muñeco sin iniciativas; el medio me aplasta, las
circunstancias me dirigen al azar a un lado y a otro. Muchas veces yo me
complazco en observar este dominio del ambiente sobre mí; y así veo que soy
místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario
de Nietzsche: Y esto es tratándose de cosas literarias: en la vida de diarias
relaciones un apretón de manos, un saludo afectuoso, un adjetivo afable, o, por
el contrario, un ligero desdén, una preterición acaso inocente, tienen sobre mi
emotividad una influencia extraordinaria. Así soy yo, sucesivamente, un hombre
afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente,
un escéptico…, todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día.
La voluntad en mí está disgregada; soy un imaginativo. Tengo una intuición
rapidísima de la obra, pero inmediatamente la reflexión paraliza mi energía. En
política, yo tal vez fuera el hombre de las soluciones instantáneas, de los
golpes mágicos, de las audacias pintorescas…; pero hay algo en mí que me
anonada, que me aplasta, que me hace desistir de todo en un hastío abrumador.
¡Soy un hombre de mi tiempo! La inteligencia se ha desarrollado a expensas de
la voluntad; no hay héroes, no hay actos legendarios; no hay extraordinarios
desarrollos de una personalidad. Todo es igual, uniforme, monótono, gris. ¡Día
llegará en que el dar un grito en la calle se considere tan enorme cosa como el
desafío de García de Paredes.
Y después de todo, ¿para qué la
voluntad? ¿Para qué ese afán incesante que nos hace febril la vida? ¿Por qué ha
de estar la felicidad precisamente en la acción y no en el reposo? Desde el
punto de vista estético, una estatua egipcia, una de esas estatuas rígidas,
simétricas, de inflexible paralelismo en todos sus miembros, es tan bella como
la estatua griega, toda movimiento, toda fuerza, del lanzador de discos.
En cuanto al aspecto ético, es secundario.
La belleza es la moral suprema. Uno de estos religiosos para mí es más moral que
el dueño de una fábrica de jabón o de peines; es decir, que su vida, esta vida
ignorada y silenciosa, deja más honda huella en la humanidad que el fabricante
de tal o cual artículo. ¿Que no hace nada? Es el insoportable tópico del vulgo:
¡Hace belleza! Una mujer hermosa no hace nada tampoco; no ha hecho nunca nada;
su hermosura es un azar venturoso de los átomos…”
Acción, iniciativa, actividad,
movimiento, entusiasmo, ardor, celo, energía, deseo, ganas, interés, empeño,
tenacidad, constancia…, VOLUNTAD.
Desgana, apatía, abulia, desgana,
desánimo, indiferencia…, FALTA DE VOLUNTAD.
Supongo que matizaría algunas
cosas, pero creo que yo también me hallo a medio camino entre el hacer y el no
hacer, entre el Marta y el María, entre el estallido y la quietud, entre el ánimo
y el desánimo.
No hace mucho que le dedicaba
horas a Schopenhauer. Ahora lo recuerdo de nuevo. Como lo hace también Azorín.
Por cierto, si alguien quiere
aprender a escribir, con apropiarse de las formas de La Voluntad tiene
bastante.
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