Resulta demasiado frecuente -y,
según mi opinión, demasiado socorrido y sencillo para ser del todo verdad-
afirmar que los políticos viven en su mundo y que lo más próximo a la realidad
anda a años luz de ellos. No es fácil defender lo contrario porque la realidad
casi apabulla en favor de los que defienden esa idea: obras faraónicas,
proyectos sin explicar, aeropuertos vacíos, AVEs sin viajeros, leyes que
parecen muy abstractas… El día a día indica que el ser normal, el de la calle,
anda en otra dimensión, que sus esfuerzos se agotan en lo más pequeño, en lo
inmediato, en lo que soluciona el presente sin mirar al futuro…, en el menudeo
de las horas y los días: la compra, la comida, las letras de la luz, el agujero
que no se tapa, la necesidad del hijo para el fin de semana, el capricho de un
niño, o, como mayor dispendio, unos besos en busca del calor del amor de los
más próximos. Poco o casi nada que ver con lo que los medios de comunicación
vomitan a diario acerca de las preocupaciones de los políticos.
Todo eso es verdad, pero… hay
algo que a mí no me ajusta.
Lo primero es esa especie de
desgana según la cual parece que esperamos que los políticos nos tuvieran que
solucionar todo. Sería tremendo arrojarse en sus brazos y olvidarnos de la
responsabilidad que todos tenemos de ir ahormando nuestra propia vida, de ir
solidificando un poco nuestros cimientos y de al menos hacernos copartícipes de
lo que pasa por aquí y por allí. En todo caso, si no existe algún tipo de
correspondencia entre lo que exigimos y esperamos de los representantes
públicos y lo que les cedemos, la lógica se desbarata y todo andará ya manga
por hombro. Por ejemplo, ¿cómo podemos pedirles trabajo si no les cedemos la
organización del mismo? Porque si pedimos habrá también que dejar que el
exigido tenga la capacidad para crear horarios, para formular producción, para
cerrar y abrir centros de trabajo, y, en definitiva, para controlar y dirigir
la economía. Como estoy seguro de que eso no se lo plantea la mayoría, al menos
en términos absolutos, habrá que pedirle a esa mayoría que aporte lo que le
corresponda del pastel, o de la falta del mismo, para que esto se mantenga.
Porque, cuando todo va bien, tendemos a pedir que nos dejen solos y que nadie
nos diga nada. En pura lógica, cuando vienen mal dadas, habría que tener la
honradez o de seguir solos, o de reconocer el error de la época anterior. Esto,
como todo lo demás, debería ser obra de toda la tribu; pero para ello tenemos
que tener sentido social y comunitario.
El segundo elemento que no me
ajusta es el hecho de que precisamente yo tengo que pedirles a los representante
públicos que compaginen su estructural vital personal como si fueran una
persona de la calle, pero que también tengan la altura de miras como para ver
con perspectiva de futuro, para ir alentando propuestas que el ciudadano, uno a
uno, no quiere, no sabe o no puede ver, precisamente por todas esas necesidades
diarias que le roban el esfuerzo. O sea, algo muy diferente a lo que oigo a
diario que se les exige. Dejar correr la actividad de la comunidad a su aire,
sin perspectivas y sin previsiones y planificaciones, es ir al fracaso con toda
seguridad. Mezclar ambas perspectivas no resulta sencillo, pero hay que aspirar
a conseguirlo. Tanto me gustaría un ministro que pensara en lo que puede ser
esta sociedad dentro de diez años como que tuviera un horario de ocho a tres y
por las tardes saliera al parque a pasear con sus hijos o nietos, o que fuera
al cine o al mercado de vez en cuando. ¿Qué diríamos de un ministro que cerrara
el ministerio a las tres? De vago para arriba y mucho más. Pues hay que ponerse
de acuerdo y ser un poco lógicos. Quizás empezando por ellos mismos que no han
de sentirse con ningún destino histórico ni nada que se le parezca sino como un
obrero más que trabaja con otros a España y que un día cualquiera deja el sitio
para que empuje otro y nada más.
Me gustaría que la vida real
estuviera compuesta de ambas partes. Y con la misma fuerza.
Mientras tanto, venga leña al
mono. Entre otras cosas porque en demasiadas ocasiones se la merece.
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