jueves, 28 de noviembre de 2013

AL MENOS CONTEMPLAR LA MARAVILLA



Cada semana que pasa sin poder ir a estar unas horas con mi nieta, me rebelo y suelto algún improperio. Otras veces me pongo algo más formal y reflexivo y me desahogo contra el precio tal alto que hay que pagar por eso que llaman el adelanto de la civilización y el progreso, que lleva a cada uno por el mundo y aleja a los allegados como si en ello no se fuera un tirón doloroso de los sentimientos y de las emociones.
Pero, en cuanto las circunstancias me dejan (nos dejan), me pongo en camino y sacio mis ganas de estar con ella y con mis hijos, de pasar unos ratos juntos antes de decirnos otra vez adiós en espera de otra nueva ocasión. De hecho, muchas veces pienso en la necesidad de no atosigar demasiado y en dejar espacios libres para que cada uno haga su propia vida. Ese equilibrio me resulta muy difícil, pero es concepto que me ronda muchas veces por la mente.
Es que mi nieta, Sara, tiene cuatro años y pronto se nos hará mayor, irá abriendo su círculo de relaciones y de dependencias, y entonces no tendré tantas posibilidades de estar junto a ella, de compartir el tiempo y de dejar alguna huella en su mente. En el fondo, es un acto continuado de egoísmo. Pero es que yo sé que los primeros cinco años de cualquier vida son esenciales en la conformación de la mente, de sus emociones, de sus principios y de sus marcas de vida. ¿Cómo no realizar, entonces, un esfuerzo para dejar lo mejor en esa mente que se está formando y que está poniendo los fundamentos de todo lo que después se ha de desarrollar?
Nuestro cerebro se conforma en estos primeros años. Por eso son tan fundamentales. También lo demás, pero todo eso se nos queda siempre lejos de las potencialidades del resto de los animales. Mi nieta Sara está aprendiendo a patinar, pero nunca se deslizará por el hielo ni guardará el equilibrio como un pingüino, ni correrá como una gacela, ni subirá o bajará a un árbol como un mono, ni tendrá un cuerpo duro y resistente como una tortuga, ni… Nada, mejor no seguir con las comparaciones con las cualidades de los animales.
Pero su cerebro, su cerebro no. Ese órgano en el que se van a establecer las sensaciones, las emociones, los pensamientos, las capacidades de comprensión, las actitudes, las propensiones a las relaciones humanas, las tendencias a las escalas de valores, esa maravilla única y extraordinaria se está casi terminando de formar, de conformar, de modelar, de configurar.
Y ahí me gustaría estar para ayudar un poco, para hacer sentir que la vida es positiva y maravillosa, que el mundo es cruel a veces pero que nosotros no podemos ser indiferentes ante ello y tenemos la obligación de transformarlo en un lugar mejor y más habitable, que el ser humano está cargado de posibilidades y de capacidades, que abrir el cuerpo a las sensaciones es la antesala de hacerlo diáfano para los sentimientos y para los pensamientos, que encarar la vida con sentimiento positivo es la mejor manera, que abrirse a la comunicación con los demás ahora es tener andado el camino de las relaciones sociales, que describir y analizar sentimientos es la manera de acercarnos a la razón, a la belleza y a la ética, que la fantasía es un don que hay que desarrollar, que la supervivencia es el primer nivel, pero solo el primero: después están todos los demás, que son siempre mucho más sabrosos; que organizarse bien mentalmente es una buena fórmula para cultivar la curiosidad, esa cualidad tan propia del ser humano; que sentir el cariño de los demás es la primera parte del cariño que cada uno tiene que devolver más tarde a los otros; que de todas estas pequeñas cosas cotidianas va surgiendo la conciencia, esa cualidad que nos permite describir, analizar y modelar el pasado para transformarlo en un presente y en un futuro mejores; que compartir todas estas cosas y muchas más es la mejor aventura en la que pueda embarcarse un ser humano.
Yo sé que están sus padres en la tarea, que todo lo riegan con el amor y con el cariño que le dispensan, que el ejemplo de su vida y de su carácter deja poso en ella; que yo y nosotros debemos dejarnos ver desde un segundo lugar; que todo va muy razonablemente bien.

Pero yo quiero estar ahí. Al menos para decir cuenta conmigo. O tal vez solo para contemplar el desarrollo de esa maravilla.  

2 comentarios:

Gelu dijo...

Buenos días, profesor Gutiérrez Turrión:

Me ocurre como a usted, me tiene harta el costo de la civilización.
El amor de abuelos es indescriptible.
Le dejo un poema cantado.

Saludos.

mojadopapel dijo...

Desarrollar todas sus potencialidades y formarlos me esta resultando más gratificante que fue en su día con los hijos porque nosotros tenemos todo el tiempo del mundo para ellos, aunque sea en cortos periodos...pero intensos.