Cada semana que pasa sin poder ir a estar unas horas con mi
nieta, me rebelo y suelto algún improperio. Otras veces me pongo algo más
formal y reflexivo y me desahogo contra el precio tal alto que hay que pagar
por eso que llaman el adelanto de la civilización y el progreso, que lleva a
cada uno por el mundo y aleja a los allegados como si en ello no se fuera un
tirón doloroso de los sentimientos y de las emociones.
Pero, en cuanto las circunstancias me dejan (nos dejan), me
pongo en camino y sacio mis ganas de estar con ella y con mis hijos, de pasar
unos ratos juntos antes de decirnos otra vez adiós en espera de otra nueva
ocasión. De hecho, muchas veces pienso en la necesidad de no atosigar demasiado
y en dejar espacios libres para que cada uno haga su propia vida. Ese
equilibrio me resulta muy difícil, pero es concepto que me ronda muchas veces
por la mente.
Es que mi nieta, Sara, tiene cuatro años y pronto se nos hará
mayor, irá abriendo su círculo de relaciones y de dependencias, y entonces no
tendré tantas posibilidades de estar junto a ella, de compartir el tiempo y de
dejar alguna huella en su mente. En el fondo, es un acto continuado de egoísmo.
Pero es que yo sé que los primeros cinco años de cualquier vida son esenciales
en la conformación de la mente, de sus emociones, de sus principios y de sus
marcas de vida. ¿Cómo no realizar, entonces, un esfuerzo para dejar lo mejor en
esa mente que se está formando y que está poniendo los fundamentos de todo lo
que después se ha de desarrollar?
Nuestro cerebro se conforma en estos primeros años. Por eso
son tan fundamentales. También lo demás, pero todo eso se nos queda siempre
lejos de las potencialidades del resto de los animales. Mi nieta Sara está
aprendiendo a patinar, pero nunca se deslizará por el hielo ni guardará el
equilibrio como un pingüino, ni correrá como una gacela, ni subirá o bajará a
un árbol como un mono, ni tendrá un cuerpo duro y resistente como una tortuga,
ni… Nada, mejor no seguir con las comparaciones con las cualidades de los
animales.
Pero su cerebro, su cerebro no. Ese órgano en el que se van a
establecer las sensaciones, las emociones, los pensamientos, las capacidades de
comprensión, las actitudes, las propensiones a las relaciones humanas, las
tendencias a las escalas de valores, esa maravilla única y extraordinaria se
está casi terminando de formar, de conformar, de modelar, de configurar.
Y ahí me gustaría estar para ayudar un poco, para hacer
sentir que la vida es positiva y maravillosa, que el mundo es cruel a veces
pero que nosotros no podemos ser indiferentes ante ello y tenemos la obligación
de transformarlo en un lugar mejor y más habitable, que el ser humano está
cargado de posibilidades y de capacidades, que abrir el cuerpo a las
sensaciones es la antesala de hacerlo diáfano para los sentimientos y para los
pensamientos, que encarar la vida con sentimiento positivo es la mejor manera,
que abrirse a la comunicación con los demás ahora es tener andado el camino de
las relaciones sociales, que describir y analizar sentimientos es la manera de
acercarnos a la razón, a la belleza y a la ética, que la fantasía es un don que
hay que desarrollar, que la supervivencia es el primer nivel, pero solo el
primero: después están todos los demás, que son siempre mucho más sabrosos; que
organizarse bien mentalmente es una buena fórmula para cultivar la curiosidad,
esa cualidad tan propia del ser humano; que sentir el cariño de los demás es la
primera parte del cariño que cada uno tiene que devolver más tarde a los otros;
que de todas estas pequeñas cosas cotidianas va surgiendo la conciencia, esa
cualidad que nos permite describir, analizar y modelar el pasado para
transformarlo en un presente y en un futuro mejores; que compartir todas estas
cosas y muchas más es la mejor aventura en la que pueda embarcarse un ser
humano.
Yo sé que están sus padres en la tarea, que todo lo riegan
con el amor y con el cariño que le dispensan, que el ejemplo de su vida y de su
carácter deja poso en ella; que yo y nosotros debemos dejarnos ver desde un
segundo lugar; que todo va muy razonablemente bien.
Pero yo quiero estar ahí. Al menos para decir cuenta conmigo.
O tal vez solo para contemplar el desarrollo de esa maravilla.
2 comentarios:
Buenos días, profesor Gutiérrez Turrión:
Me ocurre como a usted, me tiene harta el costo de la civilización.
El amor de abuelos es indescriptible.
Le dejo un poema cantado.
Saludos.
Desarrollar todas sus potencialidades y formarlos me esta resultando más gratificante que fue en su día con los hijos porque nosotros tenemos todo el tiempo del mundo para ellos, aunque sea en cortos periodos...pero intensos.
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