Dicen que un
buen comentario de texto es suficiente para conocer el grado de madurez del
alumno en cualquier materia. Es opinión que comparto pues me parece que no hay
mejor manera de observar cómo se tejen las ideas, de qué manera se argumenta y
qué conclusiones se extraen de esas ideas y razonamientos.
Y el texto de
la naturaleza es muy sabroso pues da muestra de todo.
Para empezar
acota los espacios y da de lado al ruido de las gentes, a la ocupación
inevitable de cada día, a esas prisas sin causa que ocupan las aceras y las
calles, a esa especie de sinvivir que para vivir mata la contemplación y el
reposo, que nos empuja a todos en una carrera precipitada y sin descanso, en medio
del tráfago de las prisas y de las modas. En la naturaleza los ritmos son más
calmos, las leyes más exactas, los cambios más tasados. Los dos son ritmos de
vida, por supuesto, pero qué distinción en sus escenas, en sus presentaciones y
en sus velocidades. Así que es de buen gusto practicar el contraste, comparar y
templar en la embestida, y reposar la idea y la consecuencia. ¿Quién se atreve
a dudar de que el tiempo biológico, ese nuestro de días y de noches, de nacer y
crecer y en un momento sentirse que la vida se ha cumplido, es algo muy
distinto a los tiempos geológicos, casi eternos o eternos para nuestros
alcances, el los que las formas de un canchal han precisado acaso de milenios
para dejar un cuenco en que la lluvia se recoge y se calma, o el cauce de un
regato que no se sabe cuándo venció la inclinación y vio un desvió por el lado
contrario de la roca?
Allí uno se
apocopa, se hace nada y se asusta, o se complace, por ser parte de aquello tan
sublime. Y al asustarse piensa. Y extrae sus consecuencias. Y ama aunque no
sepa en realidad qué ama. Porque, ¿qué es lo que ama, o qué desprecia cuando
ama o desprecia lo que su mente rumia? Tal vez solo a sí mismo pues conocer no
puede andar muy lejos del amor y todo conocer es conocerse un poco más a uno
mismo. Es el templo de Delfos el que vuelve con su inscripción solemne: “Nosce
te ipsum”. Parece que en los troncos de los árboles y en las brumas que ocultan
la montaña, en el sol que ilumina y en las sombras calladas todo canta: “Nosce
te ipsum”. Pero queda la duda de otras fuentes, de algún venero oculto o
manifiesto que regale los dones y ofrecza a bajo precio las ideas. ¡Quién puede
concluir en este asunto…!
Y empieza la
batalla por conocer si la verdad se asienta en nuestra mente o viene de otra
parte a visitarnos. Y tal vez precipiten los consejos leídos en los libros, que
aconsejan distintas trayectorias. Y siente el pensameinto y piensa en
sentimiento, y todo se conmueve y se aparece para dar a elegir a nuestras
mentes aquello que crean más justo. Y a ratos todo calla para dar un respiro a
los sentidos y sentirse contento o alterado. Y a ratos vuelve todo a trabar su batalla
en las ideas.
Y ahora ya
los objetos, las hojas y las aguas, las nieblas y los rayos, las piedras y
caminos, solo son un pretexto para elevar la mente a algo más alto y a algo más
duradero y consistente. Definitivamente, vale mucho el diálogo con la
naturaleza.
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