martes, 25 de noviembre de 2014

EL COMENTARIO DEL EXAMEN


Dicen que un buen comentario de texto es suficiente para conocer el grado de madurez del alumno en cualquier materia. Es opinión que comparto pues me parece que no hay mejor manera de observar cómo se tejen las ideas, de qué manera se argumenta y qué conclusiones se extraen de esas ideas y razonamientos.
Y el texto de la naturaleza es muy sabroso pues da muestra de todo.
Para empezar acota los espacios y da de lado al ruido de las gentes, a la ocupación inevitable de cada día, a esas prisas sin causa que ocupan las aceras y las calles, a esa especie de sinvivir que para vivir mata la contemplación y el reposo, que nos empuja a todos en una carrera precipitada y sin descanso, en medio del tráfago de las prisas y de las modas. En la naturaleza los ritmos son más calmos, las leyes más exactas, los cambios más tasados. Los dos son ritmos de vida, por supuesto, pero qué distinción en sus escenas, en sus presentaciones y en sus velocidades. Así que es de buen gusto practicar el contraste, comparar y templar en la embestida, y reposar la idea y la consecuencia. ¿Quién se atreve a dudar de que el tiempo biológico, ese nuestro de días y de noches, de nacer y crecer y en un momento sentirse que la vida se ha cumplido, es algo muy distinto a los tiempos geológicos, casi eternos o eternos para nuestros alcances, el los que las formas de un canchal han precisado acaso de milenios para dejar un cuenco en que la lluvia se recoge y se calma, o el cauce de un regato que no se sabe cuándo venció la inclinación y vio un desvió por el lado contrario de la roca?
Allí uno se apocopa, se hace nada y se asusta, o se complace, por ser parte de aquello tan sublime. Y al asustarse piensa. Y extrae sus consecuencias. Y ama aunque no sepa en realidad qué ama. Porque, ¿qué es lo que ama, o qué desprecia cuando ama o desprecia lo que su mente rumia? Tal vez solo a sí mismo pues conocer no puede andar muy lejos del amor y todo conocer es conocerse un poco más a uno mismo. Es el templo de Delfos el que vuelve con su inscripción solemne: “Nosce te ipsum”. Parece que en los troncos de los árboles y en las brumas que ocultan la montaña, en el sol que ilumina y en las sombras calladas todo canta: “Nosce te ipsum”. Pero queda la duda de otras fuentes, de algún venero oculto o manifiesto que regale los dones y ofrecza a bajo precio las ideas. ¡Quién puede concluir en este asunto…!
Y empieza la batalla por conocer si la verdad se asienta en nuestra mente o viene de otra parte a visitarnos. Y tal vez precipiten los consejos leídos en los libros, que aconsejan distintas trayectorias. Y siente el pensameinto y piensa en sentimiento, y todo se conmueve y se aparece para dar a elegir a nuestras mentes aquello que crean más justo. Y a ratos todo calla para dar un respiro a los sentidos y sentirse contento o alterado. Y a ratos vuelve todo a trabar su batalla en las ideas.

Y ahora ya los objetos, las hojas y las aguas, las nieblas y los rayos, las piedras y caminos, solo son un pretexto para elevar la mente a algo más alto y a algo más duradero y consistente. Definitivamente, vale mucho el diálogo con la naturaleza.

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