sábado, 29 de noviembre de 2014

ÉTICA Y DERECHO

        
Setenta medidas propuestas para regenerar la vida pública y para lograr una mayor transparencia. No sé si son setenta medidas o setenta veces siete las que se han presentado en el parlamento ni cuántas ni cuáles son las que se han aprobado. Si sé que, con cierta regularidad, se presenta esta especie de lavado de cara de la conducta social, que sirve para calmar los ánimos otra temporada, mientras el día a día sigue haciendo emerger de las alcantarillas aguas fétidas en abundancia.
No dudo de que todo se haga con buena voluntad y con los deseos más limpios. O tal vez sí lo dudo a la vista de los tiempos en que se presentan las propuestas y los flancos que quieren cubrir. Pero creo que hay algo por encima de la voluntad del legislador y del político. Con independencia de su voluntad, pienso que habría que reflexionar un poco más acerca de en qué medida las leyes positivas pueden cubrir todo el espectro y las variables de la convivencia humana. Al menos en el sistema en el que nos movemos. Y me parece que, así como la lengua es el mejor sistema pero a la vez es muy deficiente para la comunicación, del mismo modo, el sistema jurídico resulta absolutamente insuficiente para llevar, ni siquiera al índice, las múltiples variables de la vida y de la convivencia. Si tuviera razón, resultaría que estos manojos de medidas supondrían un barniz, pero en ninguna medida atacarían el mal de raíz. Me resulta de la misma magnitud que lo que sucede con los curas pederastas: mientras no se planteen la situación de los seminarios y conventos, la separación en la educación o la posibilidad del matrimonio para los curas, el terreno estará abonado para desajustes como los que conocemos y para los que no conocemos.
Los defensores de un derecho más positivo, o más normativo, tienen sus razones al advertir de las dificultades que se puedn plantear si no hay referentes claros para el comportamiento individual de cada ciudadano y para garantizar sus derechos. Pero también están favoreciendo el florecimiento de grupos de poder y privilegiados que interpretan ese derecho positivo y convertido en normas siempre a su favor y desde la supeditación al poder económico de un buen equipo de abogados que busca hasta el último resquicio normativo con tal de salirse con la suya. El derecho por encima de la ética.
El peligro de los que acentúan por la otra parte, es decir, desde un derecho natural o iusnaturalismo es el de que se nos vayan por las ramas y den el salto a una concepción teocéntrica y absoluta, olvidándose del poder de la razón como criterio humano generalizador.
La Historia enseña que, en uno y otro casos, los poderosos han defendido lo que mejor les ha convenido a sus intereses, y así, por ejemplo, se denigra la legislación de subvenciones, pero se recogen a manos llenas si se puede. Pero también la Historia muestra que los derechos generales van siendo cada día más y se van incorporando al quehacer legislativo como algo que no tiene marcha atrás.
Muchas veces pienso si no tendríamos bastante con el catálogo y las intenciones de los Derechos Humanos, con la Constitución y poquito más. Y, si me apuran, con el sentido común y con la buena voluntad. Sospecho que nos íbamos a ahorrar conflictos por todas partes y abogados por todas las esquinas.
Es verdad que el mundo es algo complejo, pero no sé si no lo hemos hecho nosotros mucho más complejo de lo que en realidad es.

Estoy seguro de que todas las medidas que hayan aprobado en el Congreso se hallan subsumidas en la carta de Derechos Humanos. Y también estoy seguro de que se cumplirán solo en una pequeña proporción. Y de que pronto volverán con otra gavilla de intenciones para llamarse de todo. Y de que, por el medio, se reirán los que practican el hecha-la-ley-hecha-la-trampa. Y de que… Porque acaso la raíz no esté en la legislación sino en algún otro cercado donde crezcan la moral, la ética y el razonamiento.  

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