Sigue
el ser humano creando arte y lo hace sin terminar de definir qué cosa sea eso
del arte. Se hacen aproximaciones, pero no termina por darse con la tecla que
genere la sinfonía definitiva, ni el poema más redondo, ni la escultura perfecta,
ni el edificio mejor conformado.
Parece
claro que el arte se mueve con tres elementos básicos: el material, la
organización de ese material y la sensación que provoca en el receptor de la
obra. La clave para el creador, la etapa en la que debe dejarse todo el sudor
de su frente, es, sin duda, la segunda, el dominio del material y, sobre todo,
su orden y conformación. Un poeta no es tal si no alcanza el dominio de la
materia prima, de la palabra y, por encima de todo, de su ordenamiento y
distribución para conseguir el fin que pretende.
Pero,
¿se posee algún modelo?, ¿cuál es el ideal al que se aspira?, ¿dónde el último
modelo?, ¿existe un canon inamovible y eterno? Mucho tienen que ver con este
asunto los modelos filosóficos en los que nos queramos mirar y sentir acogidos.
Porque
la estética es la ciencia de lo bello, pero la belleza esencial no sabemos cómo
alcanzarla porque tal vez no sepamos dónde está
ni cómo conseguirla.
Desde
una perspectiva sensualista, es la sensación lo que marca el camino, y no
parece que las sensaciones puedan ser universales, ni siquiera unificadas. En
ese caso, tal vez el canon se resienta y sea la imitación de la naturaleza lo máximo
a lo que podemos aspirar. Y no sería poco. Pero es evidente que ello genera un
tipo de arte pictórico, literario o de otro tipo bien determinado, próximo al
realismo, en sus distintas variantes.
Algo
bien diferente sucede desde una perspectiva idealista. En ese caso no son las
sensaciones sino las ideas, las abstracciones, y hasta la imaginación personal,
las que modelarán las creaciones artísticas, y los resultados se apartarán
bastante del modelo de la naturaleza y de sus procesos lógicos. Pero la
posibilidad de un modelo general, en tal caso, se difumina aún más en este
modelo, o mejor, en esta falta de modelo último y duradero. Las realidades
literarias o pictóricas en poco se parecerán a las que se basan en un molde
sensualista o realista.
Podríamos
pensar incluso en un magma panteísta, ese en el que todo se halla impregnado de
la esencia superior única: todo, en algún modo, es divino y el arte genera
obras apostrofadas y grandilocuentes, heroicas y superlativas. La práctica se
encarga de echar por tierra este ideal.
Ninguno
de los modelos termina por cerrarse en sí mismo y ofrecer una solución
satisfactoria.
Porque,
en último término, el pellizquito del arte es ese “no saber que quedan
balbuciendo”, esa extrañeza inesperada ante su realización en la obra concreta,
ese acomodo tal vez a algo que ande oculto y que no sabemos de qué manera
hacerlo patente y bajarlo del misterio. Tal vez porque si le quitamos el velo
el misterio hace aguas y se desvanece. O acaso porque no nos atrevemos a dar
conformidad y relación amistosa a esas sensaciones, a esas ideas abstractas y a
esa última fuente “que mana y corre: / aunque es de noche.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario