Esta
ciudad estrecha en la que vivo parece empujada a una decadencia demasiado
dolorosa. Su curva de población parece el mayor hongo en esta época de setas;
su actividad industrial casi se ha olvidado y el nervio cultural y social anda
anestesiado y adormecido. Sigue habiendo, no obstante, personas de valía que se
manifiestan de manera individual y como a escondidas, como si de lo que por
aquí se adoleciera fuera de algún elemento que pusiera en contacto las fuerzas
que se resisten a morir en el olvido, para que, así, juntas, pudieran producir
un fuego purificador y de ánimo común.
La
Historia demuestra que no siempre ha sido así y que, en otras épocas las
voluntades eran individuales, pero también se juntaban y se animaban mutuamente
en un noble intento de extraer de cada uno lo mejor para sí y para la
comunidad.
Uno
de esos hombres que dan lustre a la ciudad estrecha fue un ser casi enciclopédico
que vivió por aquí en el siglo XIX. Se trata de don Nicomedes Martín Mateos.
Bien podría ser el portaestandarte de lo que esta ciudad puede enseñar en el
mercado y en la feria de muestras de la Historia.
De
entre sus aportaciones, destaca sin duda la obra filosófica “El espiritualismo”. Se trata de una
larga y completa exposición filosófica, en forma casi de tratado general, con
unas claras bases en Descartes, Bordas y Huet, y unas influencias muy marcadas por
el catolicismo más ortodoxo. Lo más importante no es la tendencia que sus
pensamientos sigan; lo que destaca y lo ennoblece es la claridad y la trabazón
lógica con las que expone sus pensamientos; hasta el punto de convertirlo en un
filósofo teórico en toda regla. Este curso o manual de filosofía bien puede ser
tomado como un compendio completo de escuela filosófica.
Los
cuatro tomos de su obra duermen en la biblioteca municipal de Béjar. El primero
de ellos tiene marcados cuatro préstamos: 30-10-73; 1-7-74; 7-1-92; 31-10-14.
Esto para el primero de los tomos. Cualquiera puede imaginarse los que pueden
tener marcados los otros tres. Bien merecería la pena ponerle algún altavoz más
que el que de vez en cuando le pone el profesor José María Hernández Díaz, tal
vez el mejor conocedor real de su obra, y no sé si uno de sus dos o tres
lectores. Los tiempos no parecen dar para estas ocupaciones: andamos muy
ocupados en el PIB, en los escándalos, en el partido del siglo y en las
miserias de cada día.
Copiaré
solo un par de párrafos de muestra:
a)
“¿Cuáles son los medios de conocer? Las ideas.
¿Qué
son las ideas? De tal definición parten todos los sistemas filosóficos, y todos
ellos se reducen a los cuatro siguientes. Si la idea no es más que una
abstracción, no hay más filosofía que el sensualismo.
Si la idea es una realidad independiente, no hay más filosofía que el idealismo. Si la idea es una inspiración
divina no hay más filosofía que el panteísmo.
Si las ideas son realidades dependientes de las divinas, de las absolutas y
eternas, no hay más filosofía que el espiritualismo.”
Pg. 35.
b)
“Cualquiera advierte que la cuestión entre el espiritualismo y el materialismo
consiste en determinar si el pensamiento pertenece al cuerpo o si es propiedad
de otra cosa diferente. Si el pensamiento es propiedad del cuerpo, no hay más
que preguntar. Si no corresponde al cuerpo, si puede separarse de él, subsistir
por sí y en sí, he aquí el espíritu, que no es más que la sustancia que piensa.”
Pg. 62.
Algo
más habrá que decir de estos pensamientos y de este pensador de la ciudad
estrecha en la mitad del siglo XIX. Para estar de acuerdo o en desacuerdo.
Veremos.
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