En
un país no muy lejano, y no hace demasiado tiempo, vivía un rey muy orgulloso,
que ejercía su reinado con muy poca atención hacia sus súbditos. Apenas salía
de su palacio, en el que vivía recluido y no conocía las necesidades ni los
gustos de los ciudadanos.
Un
día, una mujer campesina, pobre y ya casi anciana, se hallaba preocupada por la
situación en la que se encontraba su familia: sus dos hijos habían sido
despedidos del trabajo y habían tenido que volver a vivir con sus padres en una
casa pequeña y fría. Apenas necesitaban para vivir la posibilidad de que
alguien les concediera algo de comida a cambio del trabajo que se les
solicitara: tal era su necesidad.
Como
el país era pequeño, decidieron acudir a la corte para pedir ayuda al monarca.
No lo habían visto nunca pero se decía que tenía mucho poder y sus influencias
seguro que podrían arreglar aquella situación desesperada.
Cuando
llegaron a las puertas del palacio, los recibió un empleado, vestido con librea
y armado con una lanza. Se asustaron ante su presencia pero solicitaron ver al
rey. El guardián les pidió que les contaran la razón de la visita. Cuando se la
contaron, se quedó sorprendido y les negó la entrada con la excusa de que
aquella no era razón suficiente para interrumpir los trabajos del monarca: “El
rey está para hechos más importantes y no puede perder el tiempo en estas
peticiones.”
La
campesina se le quedó mirando y, con palabras tristes y enérgicas, le respondió:
“Pues que deje de ser rey y entonces ya estará a nuestra altura y entenderá lo
que venimos a pedirle.”
Las
palabras resultaron inútiles pues otro empleado llegó para apartar de la puerta
a la campesina y a sus hijos. Las audiencias continuaron con la llegada de
embajadores y otros ciudadanos en coches lujosos.
No
habían pasado muchos años cuando los habitantes del país se rebelaron y
decidieron cambiar al monarca por una persona que nada tenía que ver con la
familia real.
La
campesina pensó que tal vez entonces sí podrían acudir ante el antiguo rey para
pedirle ayuda pues su situación seguía siendo de extrema pobreza. Cuando
llegaron a su casa, los recibió sin que nadie les impidiera el paso a la puerta
y les mostró la imposibilidad de ayudarlos pues su pobreza ahora era del mismo
grado que la de los campesinos.
La
anciana se compadeció del rey y le pidió que fuera a visitarlos; le prometió
recibirlo con bondad y compartir lo que en aquel momento tuvieran a su
alrededor.
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