Con
frecuencia echo en falta tener una memoria más amplia, o al menos más
fidedigna: he tenido la sensación de que con ella el mundo inmediato, ese de
andar por casa, se me habría hecho un poco más accesible y que mi foto habría
salido más colorida y atractiva.
La
memoria. ¿Qué es eso de la memoria? Tal vez sea algo parecido a la capacidad de
conservar las sensaciones percibidas con anterioridad.
¿Y
las sensaciones? Acaso ese pellizquito que provocan en nosotros las cosas, si
es que las sensaciones están en nosotros; o esa parte que desde las cosas se
nos viene encima, si es que parten desde las cosas y están en ellas.
¿Será
que no he desarrollado del todo mis sentidos? La vista, el oído, el olfato, el
gusto, el tacto. No puedo ni siquiera revisar. Cuánto me he perdido por el
camino. Cuánto he dejado de percibir. Cuánto tiempo he estado dormitando y poco
despierto.
Me
parece, no obstante, que existe una memoria sensible y otra intelectual. Y esta
sí que creo haberla tenido muchas horas trajinando y dándoles vueltas a las
cosas. No sé si para algo bueno o para casi nada.
Lo
cierto es que el almacén de las sensaciones en la memoria se ha ido ajustando
según le han ido llegando las unidades y según ha sido la cosecha en cada
momento. Mi memoria sensible lleva ya muchos años de ejercicio y debería tener
llenas las estancias, aunque la agitación no haya sido mucha; la intelectual
también lleva lo suyo.
¿Por
qué, entonces, esa sensación de falta de memoria, de ausencia de automatización
de recuerdos cuando más los necesito? Supongo que el hartazgo y la selección
también tendrán algo que decir. La selección se hace siempre sobre aquellas sensaciones
que más huella dejen en la memoria, según la escala de valores que se les
apliquen. En ese caso, la sedimentación no es la misma y, mientras en una mente
una sensación se va al último rincón del almacén, en otra mente esa sensación
se coloca cerca de la primera fila y está dispuesta a hacerse notar en cuanto
se le vuelva a conceder la más pequeña oportunidad. Por eso la memoria
descriptiva funciona en unos mejor que en otros, mientras que la memoria racional
no acude casi nunca a algunas mentes. Los recuerdos son selectivos y eso nos
salva y nos condena a la vez. Con todos sería imposible vivir y avanzar; sin
los más importantes no seríamos más que relámpagos y banalidades.
Sobre
ellos, y para complicarlo todo un poco más, actúa la imaginación, esa capacidad
de reproducir imágenes sensibles modificándolas a nuestro antojo y conveniencia.
Y
aún más, la memoria intelectual se eleva no solo para conservar sino también
para reconocer y seleccionar las sensaciones y las ideas percibidas con
anterioridad. Los planos son diferentes pues en esta memoria intelectual no
tiene cabida lo que no se sujeta a la relación causa-consecuencia. De ella
procede la experiencia racional, no simplemente la sensible.
De
modo que me vuelvo a la impresión de mi escasa memoria y no sé realmente de qué
hablo, si de la memoria descriptiva y sensible o de la racional. Espero que sea
de la primera y que no me halle desprotegido de la segunda. Para mejorar la
primera tomaré pasas; para apuntalar la segunda practicaré la meditación como método.
A
pesar de todo, me gustaría recordar con facilidad la lista de los reyes godos,
a pesar de que parece que no sirve para nada, para nada importante, se entiende.
Es que queda uno tan bien delante de casi todo el mundo…
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