Me cuentan
que es el título de una serie televisiva que yo no conozco porque no la he
visto nunca. Pero aquí se trata de otro juego de tronos, de otra disputa que
sospecho más cruel y de mayor alcance.
Es de
estudios de primer grado conocer que todo signo lingüístico posee dos caras que
llamamos significante y significado. Del mismo nivel es el conocimiento de que
el significante es arbitrario, como lo demuestra su diferencia según las
lenguas. También se recuerda que, una vez incluido en el sistema, conviene
mantenerlo en sus significados y aplicaciones para que la comunicación no sufra
y pueda desarrollarse con agilidad, precisión y honradez. Al fin y al cabo, un
sistema lingüístico no es más que un extraordinario instrumento al servicio de
esa comunicación. Pero el sistema es una barca que se mueve según las mareas y
el clima, y al compás de las tormentas, de la pleamar y de la bajamar…, siguiendo
la batuta, en fin, de lo que la comunidad de hablantes le va marcando. Por eso
el criterio etimológico, que parece que tendría que ser el más valioso, se nos
queda viejo y pierde fuerza en favor de otros factores que le ganan la partida
y le comen la tostada. Y ese juego de tronos se produce tanto en el terreno del
significante como en el del significado.
Hay ejemplos
que son reveladores.
Hoy andan
enfrascados en el Congreso de los diputados con unas leyes que dicen regular transparencia en el ejercicio público. Qué
ironía, con la que está cayendo. Seguro que sobrevolará en bandada por el
hemiciclo, buscando los agujeros de las balas del imbécil Tejero, la palabra
“democracia”. Veamos.
Todos
asociamos el significante “democracia” con el significado de “poder del
pueblo”. Y nos quedamos tan frescos A veces hasta presumimos del conocimiento
de rudimentos de la lengua de Homero. Pero, a la hora de precisar ese acuerdo
de forma externa y significado, la seguridad se tienta un poco las ropas. ¿Qué
es eso de poder?, ¿cómo se concreta?, ¿cómo y cuándo se ejerce? Y para el
segundo elemento, ¿quién es realmente el pueblo?, ¿participan todos en la misma
intensidad y con la misma cuota de poder?, ¿actúan los grupos de presión
simplemente como suma de ciudadanos o como algo más?
Parece
evidente que podemos jugar con la forma y aventurarnos en la floritura de las
declinaciones, o buscarle a esa forma orígenes llamativos y curiosos, o incluso
descubrir relaciones con otros términos similares. Todo cabe y es necesario.
Pero la batalla se juega en el significado, en el corrimiento de tierras que
provocamos en el significante para que vaya despojándose de parcelas de
significado y para que se vaya envolviendo en otras banderas que sotengan y den
por buenas las actuaciones de grupos interesados en sus propios beneficios.
¿Quién ejerce
hoy la democracia real? No parece que lo hagan los que con dificultad llegan a
fin de mes, ni los que son expulsados de sus casas, ni los que no pueden soñar
razonablemente con un sistema de vida, ni los que sufren la presión de un
sistema de publicidad atosigante que crea necesidades y escalas de valores a su
antojo y a favor de los accionistas del producto. ¿En verdad hoy el
significante “democracia” se aplica al mismo significado que en su origen?
A estas horas
se les estará llenando la boca a algunos con el uso de este término, levantarán
el tono, mirarán con cara de enfadados a los adversarios y terminarán
convencidos de que han usado la palabra con el significado más preciso, aquel
que más les convenía. Cada uno estará presentando su propio monólogo, porque saldrán
a escena disfrazados con el mismo ropaje, pero no se reconocerán en cuanto se
queden sin ropa.
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