Porque digo yo que, además del almacén de casos que
tiene la UDEF para investigar, ese cuerpo policial de cuya existencia el señor
Pujol no quería acordarse, habrá alguna otra cosa en la vida en la que entretenerse.
Incluso en la que poner calma y hasta razón.
Por ejemplo en algo tan elemental y tan de diario como
que el ser humano es un ser social y que, para subsistir, necesita gritar todo
el rato algo así como “!quién está ahí!”, para que tenga conciencia real de su
existencia y para que la comparta con los otros. Y esto no solo como principio
social o filosófico, sino como verdad humilde y cotidiana. Hoy mismo, mediados
de noviembre, tarde gris y lluviosa, ya a oscuras y con temperatura soportable.
Y no solo para este que escribe, sino también para los que se oyen en la plaza
y para los que hacen ruido con los coches por las calles, esos que no salen
nunca en los medios y de los que la UDEF no tiene que ocuparse. Por ahora.
El ser humano es filántropo. Por necesidad. Y no cada
día con la misma intensidad, pero sí siempre. Las formas de esa filantropía, de
esa relación y necesidad de los demás seres se va configurando según los
tiempos ofrecen unos medios u otros para la convivencia.
Pero tengo para mí que, tampoco en esto, se han
modificado demasiado los principios fundamentales de asociación. No hay más que
repasar la biología del común y ahí tenemos el esquemita sencillo y claro.
Somos filántropos con los más semejantes, o sea, con
la familia; lo somos con los que comparten convivencia social (vecinos, pueblo,
provincia, región, nación); también lo somos con los que, de diversas formas,
comparten nuestras costumbres sociales o religiosas.
Ajustar nuestro desarrollo vital a un desarrollo
armónico de estos tipos de filantropía tal vez debería ocuparnos algo más que
todo este asunto de los escándalos diarios. Estos escándalos se han convertido,
ahora que las hojas, rendidas y amarillas, abandonan las ramas de los árboles,
en un paisaje otoñal paradisíaco, en los primeros árboles que nos impiden ver
el bosque.
A mí me gustaría ver el bosque desde mi terraza,
contemplarlo lentamente, observar cómo se mezclan los colores en una paleta
multicolor y cómo, en la lentitud de las horas, el cielo y el suelo se hacen
uno y el agua se suma a la desnudez sencilla y lenta de las ramas. Pero me
gustaría también observar con algo de entendimiento ese bosque metafórico de
relaciones humanas que me ocupan a mí también y que van delineando la
convivencia y las formas de vida de toda la comunidad, en aquello que realmente
nos interesa, por duradero y por importante.
Ya sé que, como siempre, solo es un índice, pero
imagino un panorama en el que las relaciones con los más próximos (familia,
amigos…), con los que tenemos que compartir convivencia social, y con los que
sienten en terrenos mentales y religiosos algo parecido a lo que a nosotros, se
nos pasan por la cabeza…, y me sale un cuadro desconocido y casi naíf. Pero no
pierdo del todo la esperanza y abro el libro por cualquiera de estos capítulos
y me anego en las posibilidades positivas, ilusionadas y optimistas que me
ofrecen las páginas que imagino y que harían un mundo más sencillo, agradable e
ilusionante.
¿Por qué tenemos que montar un mundo en el que la
rivalidad y el enfrentamiento sean casi las únicas razones del comportamiento?
¿Pero es tan difícil observar y deducir que en este tipo de mundo el trabajo de
la UDEF no hará otra cosa que multiplicarse puesto que no hacen otra cosa que
cortar las hojas pero no arrancar el árbol de raíz?
Tal vez haya que constatar de nuevo que la
convivencia, aun llevándose bien, resulta muy complicada; si nos llevamos mal,
resulta imposible.
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