lunes, 24 de noviembre de 2014

EL VERDADERO EXAMEN


Pero no dije ayer de qué hablaron los elementos de la naturaleza, ni las palabras de los caminantes. Porque desde ellos llegaron claros ecos de no se sabe bien qué consistencias, o tal vez de relámpagos que ciegan y no dejan pensar y sopesar, que impiden pesar y dar sustancia a las verdaderas realidades, si no fueran ellas mismas.
El buen caminante y dialogante es el que alcanza a rescatar los elementos de la simple descripción y el que no se contenta con dejarlos y dejarse en ese primer gusto que provocan. El agua invoca algo, la piedra golpea en las mentes para que manen ideas y la vegetación se modifica como señal de alguna sensación que tiene que ser algo más hondo y duradero. La naturaleza habla y representa, se muestra en su desnudez y nos invita a dialogar con ella, a estar atentos para descifrar algún mensaje que le sale a la vida por sus poros. Ella es magnificencia y es también epifanía, muestra clara y muy densa de un gran rompecabezas en el que cada caminante no es más que otra débil ficha que dialoga o se calla, que contempla y que goza, que se afana en descubrir qué le dicen las cosas o de quién se las dice.
Tal vez hay dos caminos que asientan el diálogo, Hay uno aparentemente más sesudo (digo aparentemente) que contempla la trabazón más lógica de la causa y de la consecuencia; que mira más al uso y beneficio de las aguas y canales; que divide los bienes de las presas en partes que se suman y se restan, en subidas y rabajas de recibos, en planes de extensión y regadío, en balances y químicas; que busca, en fin, la faz del silogismo. Y hay otro aparentemente más oscuro y menos estricto (digo aparentemente), con menos matemáticas, que indaga en la belleza que percibe el espíritu; que se engolfa en sentir si esa belleza tiene principìo y fin y en qué se basa, si sus cánones repiten o se mudan con el paso del tiempo; que mira si es el bien algo que corresponda con la esencia sutil de la belleza; si la verdad comparte con ellos los caminos y tal vez los principios; si alguien coordina aquello; si estamos ante el cuadro como copia o se econde en sus pliegues algún eco de algún original.
Cuando sucede esto, el plano es otro plano, y es entonces cuando la naturaleza vacaliza con otra suavidad, con otro tono más suave y melodioso, y la vegetación entona en otra escala y el agua se convierte en otra sinfonía más completa.
Debiera ser este otro nivel el que sugiriera la pobreza de la palabra y la muestra inmediata de la fotografía. Pero las fuerzas son escasas y el esfuerzo es muy arduo. Se suplica perdón y eso ya es todo.
Yo sé que aspiro a esa lectura cuando paseo en el campo, cuando suenan las aguas río abajo, o cuando se remansan en las presas, cuando mece las hojas el viento en las laderas o se cosen las nieblas con las rocas más altas de la sierra. Al fondo duerme el valle, o parece que duerme, porque sigue contándonos a todos capítulos del libro de la vida, de una vida más densa si sabemos mirar, oír, soñar, y luego describir para buscar por último el centro más preciso de sus significados.
Ahí, en ese laberinto de círculos concéntricos, andamos sumergidos, en el medio impreciso de una confusa niebla, pero partes sensibles de un concierto fantástico e inmenso que alcanza lo visible y lo invisible, lo próximo y lejano, lo aparente y lo oculto tras las primeras capas.
Hablaron las palabras de la naturaleza. No sé si supe oírlas, si escuché con sorpresa y atención su discurso más denso. Necesito más clases para estar a la altura del diálogo. Pero soy un alumno vocacional y veterano: eso me salvará sin duda del suspenso.


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