miércoles, 5 de noviembre de 2014

UNA DE NICOMEDES MARTÍN MATEOS


Distinguen los filósofos espiritualistas entre el mundo físico y el espiritual, entre organismos físicos y espíritus; ellos dicen que estos organismos físicos  manifiestan la existencia del mundo espiritual. Naturalmente para ellos, sitúan en un plano superior el mundo del espíritu y en un plano inferior el de la realidad fenoménica. Entonces, el cuerpo está  obligado a seguir y a obedecer al espíritu, a la mente, al juicio, al alma.
Pero la atracción inmediata de los fenómenos y de los sentidos provoca desajustes y ahuyenta a los más hondos y esenciales del espíritu. Ahí se situaría la causa del mal en todas sus variantes.
El filósofo espiritualista bejarano Nicomedes Martín Mateos enumera las causas que, según él, pervierten las acciones de la inteligencia por influencia de los apetitos externos. Son estos:
“Causas internas: temperamento, edad, sexo, alimentos, hábito, sueño, enfermedades, muerte.
Causas externas: raza, lenguaje, clima, religión, educación, costumbres sociales y políticas.”
Ya es discutible la existencia separada de los fenómenos externos y de la inteligencia, el ánima o alma, el espíritu, como se quiera llamar. Incluso la existencia de nada que no sea fenómeno y realidad sensible. Ahí está el fundamento para abordar la explicación filosófica de una manera o de otra, desde el sentido materialista o desde el espiritualista.
Pero, en todo caso, me parece muy interesante recoger este ramillete de causas, porque, adjudicadas a un nivel o a otro, realmente configuran una manera de sentir y de ser, de actuar y de pensar, de explicar materialmente o espiritualmente al ser humano. Tal vez no seamos más que lo que en esta lista se enumera, en una mezcla rara y desigual, que nos configura, nos sostiene y nos deja tirados cualquier día y en cualquier situación. Analizarlas y conjugarlas no es mala tarea, en busca de un equilibrio que dé templanza a nuestros días y un poco de sosiego y de perspectiva a nuestras vidas.
Nicomedes lo hace, aunque de una manera cuando menos sorprendente y no sé si demasiado simple. Cuando ya se ha pasado en el análisis toda la metafísica (la metafísica en su obra) y las ideas se hacen preceder y descansar en un ser superior infinito y único, todo corre el peligro de dejarse llevar en cuanto atisba un asomo de encaje en la muñeca rusa de más tamaño.
Copio unos párrafos referidos a la causa del sexo: “El sexo establece diferencias más marcadas en el temperamento, dividiendo en dos mitades al género humano.
El hombre se distingue fisiológicamente por el gran desarrollo de las sensaciones representativas, así como la mujer por el de las afectivas. Por esto la vida del hombre es más industrial y emprendedora, más enérgica y robusta, y la de la mujer más sedentaria, más tierna y delicada.
Únicamente la fisiología puede sondear ese intrincado laberinto de caprichos, de disimulaciones, de voluntades inconstantes que aparecen en la mujer, debidas a la sensibilidad y delicadeza de su organismo. Esta misma delicadeza presta un gran dominio a sus impresiones y le impide perseverar en los trabajos del espíritu. La mujer es más propensa a lo que puede afectarla, más dispuesta a conmoverse que a reflexionar.
Por esto se complace, como decía madame de Sevignè, con las novelas y con los sentimientos caballerescos.
Se ha dicho que el genio no tiene sexo. Con más razón puede afirmarse, que todas las cualidades morales tienen su sexo.
Verdad es que la mujer participa de todo lo esencial al ser humano; pero bajo una forma peculiar, que le es propia. Goza de las mismas propiedades intelectuales; pero predominan en ella las relativas al gusto.
Sobresale en el hombre la facultad de abstraer, la de despojar el ideal de su forma concreta, y en la mujer la de sensibilizar lo abstracto. Se ha dicho que el hombre elabora la idea y que la mujer le da carne y hueso.
Resulta de lo expuesto que, sin que las almas tengan sexo, hay en ellas un carácter original, distintivo y armónico, que las reúne y asocia para fines providenciales.”
La cita echa chispas y bien serviría para un coloquio feminista. No sé si se conseguiría la serenidad y el sosiego. Acaso si se leyera sin prejuicios y se tuviera en cuenta que fue redactado a mediados del siglo diecinueve se entendería mejor su contenido y serviría de punto de partida para un intercambio más productivo y sereno.

El perfil de este filósofo es el que es y los elementos desgranan el esqueleto de la tradición y de una organización mental en la que el elemento espiritual se alza muy por encima de todo lo fenoménico, hasta el punto de que lo ata y lo embrida en una servidumbre sin excepciones. Para entenderlo mejor hay que comenzar leyendo e interpretando la metafísica. He escrito para entenderlo, no para estar de acuerdo o en desacuerdo.

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