Qué mal andamos casi todos de la
vista. Necesitamos gafas de culo de vaso, o lentillas bien calculadas para
podernos enterar de lo que físicamente tenemos delante de los ojos. En cuanto
extendemos la vista y se amplía la perspectiva, el horizonte se nos torna
difuso y delimitamos con dificultas cualquier parcela que nos interese. Cuando
tenemos necesidad de indagar en realidades más pequeñas, no tenemos otra forma
que acudir a la ayuda de artilugios mecánicos diversos para contemplarla. Menos
mal que la tecnología inventada corre a gran velocidad y las ayudas que nos
presta son cada día mayores y más precisas.
Pero esa miopía visual corre
paralela, o acaso a menor ritmo, que la miopía intelectual, con esa miseria que
nos hace sentirnos los reyes del universo cuando no somos más que, en palabras
del científico Stephen Jay Gould, “la última gota de la última gota del gran
océano cósmico”. O en más hermosas palabras del poeta Ángel González, “…el
resultado, el fruto, / lo que queda, podrido, entre los restos; / esto que veis
aquí, / tan solo esto: / un escombro tenaz, que se resiste / a su ruina, que
lucha contra el viento, / que avanza por caminos que no llevan / a ningún
sitio. El éxito / de todos los fracasos. La enloquecida / fuerza del
desaliento…”
Cualquier hora de cualquier día,
la ventana de la caja tonta nos bombardea con noticias de luchas intestinas, de
dejar la vida en un quítame allá esas pajas, de la lucha incontenible por las
miserias humanas particulares, el circo de las vanidades y del egoísmo, el
descaro por la victoria individual… Y todo ello cuando no es el más absoluto
descaro y la más arrugada muestra de la indecencia, de la vergüenza, del robo y
de la mentira.
Qué pobreza, qué miseria, qué
falta de honradez y de alfabetización.
Hasta hace no más de doscientos o
trescientos años, la cicatería y la actitud metemiedos religiosa imponía a todo el mundo una antigüedad
de la tierra de solo unos poquitos miles de años. Aquello del Génesis y del
misterio. Y, por si fuera poco, ni siquiera fuimos los humanos de los primeros:
repásese el Génesis y se comprobará. Menos mal que al séptimo descansó. Todavía
hay gentes que siguen agarrados al mantra y a la miopía. Muchos están formados
en universidades. Perdón, quiero decir que poseen títulos universitarios. De
todos modos, como era cuestión solo de días, los humanos nos hemos sentido los
reyes del mambo y hemos tenido al resto de la naturaleza (creación) a nuestro
servicio; y nosotros al servicio del creador.
Qué arrogancia.
La Tierra, nuestro minúsculo
planeta, tiene miles de millones de años; nosotros no somos más que el último
apéndice de lo que es el tiempo cósmico, apenas unos cuantos miles de años
deambulando por estos lugares. Y todo ello más producto de la casualidad que
otra cosa. Vivir es un milagro, y vivir en la complejidad de un ser humano es
la suma de todos los milagros, incluido el de la multiplicación de los panes y
los peces. Ojo, la misma complejidad que contiene los mayores peligros de
mantenimiento y las mayores probabilidades de extinción. Esta complejidad casi
infinita que nos sostiene, que nos permite caminar y movernos, que nos sirve
para actuar y alimentarnos, y que alcanza su plenitud cuando logramos
transformar los impulsos en sentimientos y en pensamientos, esos impulsos y
pensamientos que después se traducen en un concepto, en la creación de un
artilugio mecánico, o, “oh milagro”, en un sentimiento de afecto hacia los que
nos rodean y en un abrazo, es el resultado de una evolución de la que nosotros
no somos más que el último testigo, “el éxito / de todos los fracaso. La
enloquecida / fuerza del desaliento…”
¿Por qué no alzamos un poco la
mirada y aceptamos alguna aplicación de esas de andar por casa porque se
deducen del sentido común y de la regla que enseña que dos más dos son cuatro?
Tres propuestas para que
cualquiera extraiga sus conclusiones:
a) ¿Por
qué no se relaciona alguna vez -para relativizarlos- los tiempos biológico y
geológico? De ahí nos saldrá aquello de “dentro de cuarenta años, todos calvos”;
y de ahí…
b) Si
el ser humano es eso, solo eso, y, ¡oh milagro”, ESO tan maravilloso, ¿por qué
esas discriminaciones de todo tipo entre unos seres humanos y otros?
c) Si
aplicamos las condicionales de b), ¿qué estamos haciendo con el resto de la
naturaleza y de los animales, que nos han precedido en mucho y que nos
sobrevivirán en muchísimo?
El que quiera
cortar tela ahí tiene corte. Ahora que la industria textil anda de capa caída
en esta ciudad estrecha…
1 comentario:
Antonio te pones a veces muy filosófico y trascendente y pienso que somos seres simples... queramos o no tenemos que ser sinceros, por ejemplo....me encanta sentir la naturaleza, lo que vivo en ella, pero cuando llego a casa el agua caliente en la ducha me reconforta y me permite vivir otra experiencia vital distinta reconfortante...por ejemplo leer algo que me gusta mientras el olor a limpio va subiendo hasta mi nariz....son ejemplos cotidianos pero son parámetros que tenemos asimilados como cultura del bienestar....quizás esto, hace que muchas veces no nos rebelemos porque temamos perder esta simpleza que nos rodea y nos satisface...pequeños detalles que nos hacen sentir diferentes y que al mismo tiempo nos igualan a los demás.En definitiva, comodidad, y pocas ganas de luchar.
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