Ante hechos imprevistos,
reacciones prudentes.
Hay momentos en los que
uno se despista y se encuentra con un hecho no esperado; entonces se asusta y,
o se encoge y se refugia hasta ver qué pasa con lo que se le viene encima, o
responde instintivamente en defensa de sí mismo. Pero, como sucede con la
meteorología, resulta que, a veces, la tormenta no es tal sino todo un ciclón,
con lluvia, rayos, truenos y hasta granizo, que no para y que termina anegando
todo. Entonces el susto y hasta el pánico se apoderan de nosotros y no sabemos
dónde meternos para salvar el pellejo.
Así, de repente, el
maldito virus nos ha metido a todos en casa, nos ha redibujado los espacios y
las relaciones de todo tipo y nos ha cambiado la vida hasta consecuencias
todavía imposibles de calcular. Por si fuera poco, la jefatura del Estado se
tambalea un poco más y, si no la esconde el propio virus, corre el peligro de venirse
abajo. Y, ya puestos, se nos desata el cielo con una nevada de no te menees, en
marzo, después de una sequía muy prolongada y cuando la primavera asomaba por
todas las puertas.
La vida seguirá, porque,
en el fondo, a la naturaleza nosotros le importamos muy poquito y no piensa
modificar sus leyes por mucho que nos pongamos pesados o pesarosos. Pero habrá
que coincidir en que a uno se le viene el mundo encima, la moral anda un poco
por los suelos y la autoestima disminuye hasta niveles mínimos.
Como una conjunción astral
tan negativa se supone que no se dará con demasiada frecuencia, sería bueno que
cada cual guardara memoria de alguna de las cosas que durante este período de
retraimiento van sucediendo. Un pequeño cuaderno de bitácora no estaría mal
para guardarlo y desempolvarlo más adelante, si los tiempos y las
circunstancias nos lo permiten.
Yo sigo en mi casa
pensando en mis allegados, con los que hablo ahora con más frecuencia, como
para que las palabras sustituyan cualquier otra carencia y mantengan viva la certeza
del cariño. Sé que nuestra situación no es la peor de todas y pienso en todos
aquellos que lo tienen peor: los niños que no pueden rozarse con sus amigos (aquí
también mis nietos), los que visualmente no tienen perspectiva desde su casa (mucho
más importante de lo que a primera vista puede parecer), los más expuestos por
sus trabajos, los indigentes, los sin techo, los que inevitablemente se han ido
al paro y no pueden mirar sin zozobra al futuro, los…
Y pienso también en la
contradicción que supone el querer ayudar materialmente y no poder, porque, en
casi todas las situaciones, lo menos malo es precisamente mantener las
distancias físicas. Tal vez, por ello, y a pesar de la mejor voluntad y el
aplauso que merecen los voluntarios individuales, la manera menos mala en la
organización pública y controlada de las ayudas.
Y me imagino las mil y
una maneras de “matar el tiempo” dentro de los hogares, con todas las
complicaciones que esto acarrea. Hasta para esto algunos somos también
privilegiados pues poseemos una casa con espacio suficiente, tenemos la
costumbre de la lectura y de la escritura (en ellas seguimos), y hasta la posibilidad
de dispersar o de mantener la mirada en la contemplación de esta nuestra lujuriosa
naturaleza desde el propio hogar. No todos, por desgracia, pueden decir lo
mismo.
En fin, días difíciles,
que se podrán más difíciles aún, en los que la imaginación, la fuerza de
voluntad, el sentimiento de solidaridad y la esperanza y seguridad de que
cualquier día puede salir el sol tienen que acompañarnos.
Venga, ahí estamos todos,
aunque no nos veamos por las calles.
El día que se abran las
puertas nos abrazaremos y seremos un grito de alegría que retumbará por todo el
universo.
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