viernes, 20 de marzo de 2020

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER


 LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER
Por si acaso no estuviera claro, esta frase rimbombante no es mía, sino el título del conocido libro de Milan Kundera. Hoy viene aquí como expresión resumida de lo que está pasando. O, mejor dicho, de lo que siempre ha pasado, aunque hoy se haga más evidente y manifiesto.
De repente, se nos sitúa a todos en una cuerda floja que mira hacia el abismo y sin casi nada a lo que poder asirnos para que nos dé algo de seguridad. Nos quedan los puntos cardinales: mirar hacia el cielo, hacia el abismo, hacia el pasado o hacia el futuro.
Como por momentos nos hemos convertido en equilibristas, debemos respirar hondo, no perder la perspectiva y no dejarnos llevar por el pánico. El abismo no pinta bien, porque el porrazo puede ser muy fuerte. El cielo, asegurar, lo que se dice asegurar, no nos asegura tampoco demasiado. El pasado se nos queda en eso, en el pasado, y ya para poco nos sirve. Tal vez tan solo mirando con ánimo hacia el futuro, hacia el final de la cuerda y del desnivel, podamos controlar el equilibrio, no perder pie y no desviarnos del camino seguro.
Como sucede en la obra de Kundera, esta levedad y falta de peso, o de seguridad, tiene aplicación en todos los ámbitos de la vida, en todas las relaciones personales, y no estaría mal que lo tuviéramos en cuenta para no sacar pecho nunca y para no andar perdonando la vida a nadie.
Pero, por favor, que esta certeza no nos encoja el ánimo tampoco ni nos deje sin fuerza para seguir amando la vida y queriendo escudriñar sus entretelas con el fin de gozarla más y mejor. Porque la vida, como escribía Miguel Labordeta (hermano de José Antonio), nos aguarda: “!Arriba, hermano hombre! ¡Arriba sobre tus sueños de alegría despedazada! (…) Tú solo ruges, tú solo ríes, tú solo lloras sobre el mar. (…) Y para que tú la violes sagradamente, he ahí a la vida esperando tus puños y tus besos, y estelares nacientes prometidas surcando tu corazón de niño navegante. (…) Triste es el fondo de tus ruinas, pero un brazo celeste, tú, hombre, hermano, maldito, minero de ternura, luchador sanguinario, sin una meta fija en las noches ardientes, marcha, busca, acaricia, mata.
Ávido de esplendores dice la palabra, y la tierra sabe de un sentido como espadas, y ya no es tan ciego el girar de los soles”.
Quizás no esté de más añadir también un poquito de ironía como condimento a esta comida, para que el sabor mejore y nos animemos a seguir metiendo la cuchara en el plato. Hoy mismo he leído un artículo de J.F. Fabián en el que ironiza con el supuesto chino que se zampó el animalito de marras y que comenzó esta carrera alocada y sin control de la pandemia en la que estamos metidos de hoz y coz. Tal vez tengamos que indagar cuando hagamos la historia de esta epidemia y dedicarle una estatua y una calle en cada ciudad. Mira tú por dónde. Es una buena manera de convivir y de sonreír a la vez encima de la cuerda en la que hacemos equilibrios mentales y físicos estos días de estancia en casa.
Venga, pues un poquito de pensamiento, algo de meditación, un poco de precaución, un mucho de cariño con los más próximos y un mucho más de ironía y de tranquilidad. Ánimo.

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