Por si acaso no estuviera
claro, esta frase rimbombante no es mía, sino el título del conocido libro de
Milan Kundera. Hoy viene aquí como expresión resumida de lo que está pasando. O,
mejor dicho, de lo que siempre ha pasado, aunque hoy se haga más evidente y
manifiesto.
De repente, se nos sitúa
a todos en una cuerda floja que mira hacia el abismo y sin casi nada a lo que
poder asirnos para que nos dé algo de seguridad. Nos quedan los puntos
cardinales: mirar hacia el cielo, hacia el abismo, hacia el pasado o hacia el
futuro.
Como por momentos nos
hemos convertido en equilibristas, debemos respirar hondo, no perder la
perspectiva y no dejarnos llevar por el pánico. El abismo no pinta bien, porque
el porrazo puede ser muy fuerte. El cielo, asegurar, lo que se dice asegurar,
no nos asegura tampoco demasiado. El pasado se nos queda en eso, en el pasado,
y ya para poco nos sirve. Tal vez tan solo mirando con ánimo hacia el futuro,
hacia el final de la cuerda y del desnivel, podamos controlar el equilibrio, no
perder pie y no desviarnos del camino seguro.
Como sucede en la obra de
Kundera, esta levedad y falta de peso, o de seguridad, tiene aplicación en
todos los ámbitos de la vida, en todas las relaciones personales, y no estaría
mal que lo tuviéramos en cuenta para no sacar pecho nunca y para no andar
perdonando la vida a nadie.
Pero, por favor, que esta
certeza no nos encoja el ánimo tampoco ni nos deje sin fuerza para seguir
amando la vida y queriendo escudriñar sus entretelas con el fin de gozarla más
y mejor. Porque la vida, como escribía Miguel Labordeta (hermano de José Antonio),
nos aguarda: “!Arriba, hermano hombre!
¡Arriba sobre tus sueños de alegría despedazada! (…) Tú solo ruges, tú solo
ríes, tú solo lloras sobre el mar. (…) Y para que tú la violes sagradamente, he
ahí a la vida esperando tus puños y tus besos, y estelares nacientes prometidas
surcando tu corazón de niño navegante. (…) Triste es el fondo de tus ruinas,
pero un brazo celeste, tú, hombre, hermano, maldito, minero de ternura,
luchador sanguinario, sin una meta fija en las noches ardientes, marcha, busca,
acaricia, mata.
Ávido
de esplendores dice la palabra, y la tierra sabe de un sentido como espadas, y
ya no es tan ciego el girar de los soles”.
Quizás no esté de más añadir
también un poquito de ironía como condimento a esta comida, para que el sabor
mejore y nos animemos a seguir metiendo la cuchara en el plato. Hoy mismo he
leído un artículo de J.F. Fabián en el que ironiza con el supuesto chino que se
zampó el animalito de marras y que comenzó esta carrera alocada y sin control
de la pandemia en la que estamos metidos de hoz y coz. Tal vez tengamos que
indagar cuando hagamos la historia de esta epidemia y dedicarle una estatua y
una calle en cada ciudad. Mira tú por dónde. Es una buena manera de convivir y
de sonreír a la vez encima de la cuerda en la que hacemos equilibrios mentales
y físicos estos días de estancia en casa.
Venga, pues un poquito de
pensamiento, algo de meditación, un poco de precaución, un mucho de cariño con
los más próximos y un mucho más de ironía y de tranquilidad. Ánimo.
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