lunes, 23 de marzo de 2020

LOS BALCONES HABLAN


LOS BALCONES HABLAN
Cada número tiene su significado en el mundo de la cabalística. Se invocan con frecuencia, en demasiadas ocasiones para explicar lo que no tiene ninguna explicación o para encontrarle tres pies al gato, olvidando que, sin los cuatro de rigor, difícilmente se pude echar a andar. Así en las lecturas astrales o en las interpretaciones sospechosas de libros religiosos y mágicos.
El ocho tampoco se quiere quedar sin su parte del misterio y hay quien le supone fuerza, buen gusto y decisiones firmes. Bueno, vale, será verdad. Me quedo con el símbolo del infinito cuando se echa a dormir y se pode horizontal.
El caso es que, durante estos días, se ha hecho cargo de sacar a mucha gente a los balcones para agradecer, sobre todo con aplausos, pero también con otras formas (palabras, himnos, músicas, luces de teléfonos…), la labor impagable que están realizando todas las personas que, en primera línea, luchan contra la maldita pandemia que se ha apoderado de nuestras vidas y que nos tiene en casa recluidos, confinados, asustados y confusos.
A esa hora, los relojes se ponen de acuerdo y empujan a casi todos a mostrar sentimientos muy diversos por el aire. En mi plaza y en mi terraza -yo alterno los dos lugares-, de repente, se arranca una salva de aplausos que se alarga durante algunos minutos. Con las palmas se mezclan las luces intermitentes de los móviles, como si de un concierto gigante se tratara, en el que la orquesta estuviera formada por esa multitud de manos y de luces, que se estiran, pero no se tocan, que se saludan y se reconocen. Después, alguien pone música positiva, con letras de ánimo. Casi todos los días, suena también el himno nacional. Al cabo de unos minutos, la gente se saluda y queda convocada para el día siguiente.
Se trata de un ritual entre religioso e iniciático en el que se reparten ánimos y se refuerza el valor del grupo como elemento de ayuda en tiempos de dificultad.
Después suelo ver una caravana de coches de policías de diverso tipo, guardias civiles, protección civil y bomberos recorriendo las calles con las sirenas sonando y las luces destellando. A su paso, las gentes les agradecen con aplausos su labor y ellos les corresponden.
Mil consideraciones se me ocurren a partir de estos hechos. Solo apuntaré aquí y ahora que me emocionan cada vez que los veo y participo en ellos. Sea cual sea la interpretación que se aventure o se racionalice, siempre me parece positiva y, en cualquier caso, consoladora. La compasión (cum + patere: padecer en común, sea en sentido negativo o en positivo) tiene que ser una de las principales defensas de cualquier grupo humano.
El ritmo vertiginoso de la vida actual, no permite muchas veces ni siquiera entender que existen los vecinos, que están ahí mismo, al lado, debajo o encima, enfrente o a la vuelta de la esquina. Estos días nos lo han recordado los balcones porque han hablado por nosotros, han lanzado un grito de amistad y de compasión, de fuerza y de ánimo, de certeza de que no estamos solos y de que podemos contar con los demás. Esas lucecitas que se encienden al atardecer, cuando se espesa la noche, parecen luces de esperanza, indicadores de días mejores en los que la luz será más amplia y más gozosa. Y lo mismo esos aplausos, esas notas musicales y esas palabras. Todos han de ser mensajeros de mejores momentos. Ánimo.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Qué tengamos balcones donde recibir aire fresco y el saludo comunitario que nos une.