LOS BALCONES HABLAN
Cada número tiene su
significado en el mundo de la cabalística. Se invocan con frecuencia, en
demasiadas ocasiones para explicar lo que no tiene ninguna explicación o para
encontrarle tres pies al gato, olvidando que, sin los cuatro de rigor,
difícilmente se pude echar a andar. Así en las lecturas astrales o en las
interpretaciones sospechosas de libros religiosos y mágicos.
El ocho tampoco se quiere
quedar sin su parte del misterio y hay quien le supone fuerza, buen gusto y
decisiones firmes. Bueno, vale, será verdad. Me quedo con el símbolo del
infinito cuando se echa a dormir y se pode horizontal.
El caso es que, durante
estos días, se ha hecho cargo de sacar a mucha gente a los balcones para
agradecer, sobre todo con aplausos, pero también con otras formas (palabras,
himnos, músicas, luces de teléfonos…), la labor impagable que están realizando
todas las personas que, en primera línea, luchan contra la maldita pandemia que
se ha apoderado de nuestras vidas y que nos tiene en casa recluidos,
confinados, asustados y confusos.
A esa hora, los relojes
se ponen de acuerdo y empujan a casi todos a mostrar sentimientos muy diversos
por el aire. En mi plaza y en mi terraza -yo alterno los dos lugares-, de
repente, se arranca una salva de aplausos que se alarga durante algunos minutos.
Con las palmas se mezclan las luces intermitentes de los móviles, como si de un
concierto gigante se tratara, en el que la orquesta estuviera formada por esa
multitud de manos y de luces, que se estiran, pero no se tocan, que se saludan
y se reconocen. Después, alguien pone música positiva, con letras de ánimo. Casi
todos los días, suena también el himno nacional. Al cabo de unos minutos, la
gente se saluda y queda convocada para el día siguiente.
Se trata de un ritual
entre religioso e iniciático en el que se reparten ánimos y se refuerza el
valor del grupo como elemento de ayuda en tiempos de dificultad.
Después suelo ver una
caravana de coches de policías de diverso tipo, guardias civiles, protección
civil y bomberos recorriendo las calles con las sirenas sonando y las luces
destellando. A su paso, las gentes les agradecen con aplausos su labor y ellos
les corresponden.
Mil consideraciones se me
ocurren a partir de estos hechos. Solo apuntaré aquí y ahora que me emocionan
cada vez que los veo y participo en ellos. Sea cual sea la interpretación que
se aventure o se racionalice, siempre me parece positiva y, en cualquier caso,
consoladora. La compasión (cum + patere: padecer en común, sea en sentido negativo
o en positivo) tiene que ser una de las principales defensas de cualquier grupo
humano.
El ritmo vertiginoso de
la vida actual, no permite muchas veces ni siquiera entender que existen los
vecinos, que están ahí mismo, al lado, debajo o encima, enfrente o a la vuelta
de la esquina. Estos días nos lo han recordado los balcones porque han hablado
por nosotros, han lanzado un grito de amistad y de compasión, de fuerza y de ánimo,
de certeza de que no estamos solos y de que podemos contar con los demás. Esas lucecitas
que se encienden al atardecer, cuando se espesa la noche, parecen luces de
esperanza, indicadores de días mejores en los que la luz será más amplia y más
gozosa. Y lo mismo esos aplausos, esas notas musicales y esas palabras. Todos
han de ser mensajeros de mejores momentos. Ánimo.
1 comentario:
Qué tengamos balcones donde recibir aire fresco y el saludo comunitario que nos une.
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