sábado, 21 de marzo de 2020

LECTURAS



 LECTURAS

Tengo que confesar que leer en estos días no significa para mí nada especial. Si acaso el hecho de que dedico algún rato más a ello, pero solo eso. Desde hace mucho, mucho tiempo, es muy raro el día que no empleo algún rato o alguna hora en leer. En consecuencia, no hago más que seguir en lo que andaba. No es ningún mérito ni ningún demérito, sencillamente es y nada más. Cada uno tiene sus costumbres, bien adquiridas por instinto, bien por voluntad y constancia.
Ayer dediqué algunas horas a releer los dos grandes libros de don Antonio Machado (don, siempre don): Soledades y Campos de Castilla. Vuelvo a ellos con frecuencia. Por encima de cualquier otra consideración (y podían ser muchas), me queda palpitando la hondura espiritual del paisaje, el alma de las tierras que evoca y de los seres que las habitan. No me cuesta nada imaginarme uno de ellos, caminar por las estepas castellanas, por los serrijones y los campos yermos (hoy acaso no tanto), por las riberas de los ríos (siempre en un camino espiritual hacia la mar, la muerte); o contemplar las tierras andaluzas, más olorosas, productivas y embriagadoras; y sus gentes, más expresivas, más costumbristas, más… En este vaivén se mueven las sensaciones del poeta, en él levanta el alma del paisaje y se interna hasta encarnarse en él. Como a todo ello se suma una imagen personal de hombre bueno y sencillo, todo termina conformando un panorama muy acogedor para el lector. Los paisajes en don Antonio Machado siempre tienen alma, son algo más que geografía, están inyectados de una mezcla de destino, de misterio, de soluciones primarias, de sentimiento y de pensamiento.
Hoy me encuentro con que se anuncia la celebración del día mundial de la poesía. No había reparado en tal cosa, tal vez porque, para mí, el día de la poesía ocupa casi todas las páginas del calendario.
Y coincide con el comienzo de la primavera, de una primavera, claro, que arranca gris y que se pone negra por momentos. Como sucede con Machado, se suman los elementos geográficos y paisajísticos a los del contexto humano, en este momento también gris y malencarado.
El poeta escribe numerosos poemas con el aliento de la primavera, desde la temprana en el sur hasta la que más tardía, en la meseta: La saeta; A José María Palacio; A un olmo seco; Fantasía de una nota de abril… y tantos otros de sus Soledades. No es mala cosa dedicar unos ratos de esta primavera niña e incipiente a los versos de don Antonio Machado; nos aportarán sensaciones, emoción, contemplación y hasta consuelo. No es poco para los tiempos que corren.
Acabo de leer la invitación que hace mi amigo Jesús Majada a la lectura del maravilloso poema A un olmo seco. Me uno a la petición. Yo ya lo releí ayer, pero repito la experiencia ahora mismo. Venga. Subrayad, sobre todo, la esperanza de los últimos versos.
Ánimo

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