Tengo que confesar que
leer en estos días no significa para mí nada especial. Si acaso el hecho de que
dedico algún rato más a ello, pero solo eso. Desde hace mucho, mucho tiempo, es
muy raro el día que no empleo algún rato o alguna hora en leer. En
consecuencia, no hago más que seguir en lo que andaba. No es ningún mérito ni
ningún demérito, sencillamente es y nada más. Cada uno tiene sus costumbres,
bien adquiridas por instinto, bien por voluntad y constancia.
Ayer dediqué algunas
horas a releer los dos grandes libros de don Antonio Machado (don, siempre
don): Soledades y Campos de Castilla. Vuelvo a ellos con frecuencia. Por encima
de cualquier otra consideración (y podían ser muchas), me queda palpitando la
hondura espiritual del paisaje, el alma de las tierras que evoca y de los seres
que las habitan. No me cuesta nada imaginarme uno de ellos, caminar por las
estepas castellanas, por los serrijones y los campos yermos (hoy acaso no tanto),
por las riberas de los ríos (siempre en un camino espiritual hacia la mar, la
muerte); o contemplar las tierras andaluzas, más olorosas, productivas y
embriagadoras; y sus gentes, más expresivas, más costumbristas, más… En este
vaivén se mueven las sensaciones del poeta, en él levanta el alma del paisaje y
se interna hasta encarnarse en él. Como a todo ello se suma una imagen personal
de hombre bueno y sencillo, todo termina conformando un panorama muy acogedor
para el lector. Los paisajes en don Antonio Machado siempre tienen alma, son
algo más que geografía, están inyectados de una mezcla de destino, de misterio,
de soluciones primarias, de sentimiento y de pensamiento.
Hoy me encuentro con que
se anuncia la celebración del día mundial de la poesía. No había reparado en
tal cosa, tal vez porque, para mí, el día de la poesía ocupa casi todas las
páginas del calendario.
Y coincide con el
comienzo de la primavera, de una primavera, claro, que arranca gris y que se
pone negra por momentos. Como sucede con Machado, se suman los elementos
geográficos y paisajísticos a los del contexto humano, en este momento también
gris y malencarado.
El poeta escribe numerosos
poemas con el aliento de la primavera, desde la temprana en el sur hasta la que
más tardía, en la meseta: La saeta; A
José María Palacio; A un olmo seco; Fantasía de una nota de abril… y tantos
otros de sus Soledades. No es mala cosa dedicar unos ratos de esta primavera
niña e incipiente a los versos de don Antonio Machado; nos aportarán
sensaciones, emoción, contemplación y hasta consuelo. No es poco para los
tiempos que corren.
Acabo de leer la
invitación que hace mi amigo Jesús Majada a la lectura del maravilloso poema A un olmo seco. Me uno a la petición. Yo
ya lo releí ayer, pero repito la experiencia ahora mismo. Venga. Subrayad,
sobre todo, la esperanza de los últimos versos.
Ánimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario