EL
RÍO CUERPO DE HOMBRE
(Para
una tarde de confinamiento y cuarentena)
Es una tarde de marzo,
La primavera asomaba,
y el aire sembraba aromas
embriagando mi terraza,
donde, en calma y en
silencio,
los rayos de sol miraba.
En lo más hondo del valle,
el río, triste, cantaba
en su sempiterna estrofa.
Ninguno lo acompañaba.
Iba soñando cantares
de amargura con sus
aguas.
Desde lo alto de
Hoyamoros,
donde la nieve cuajara,
baja ensayando sus cantos
de alegría y de esperanza.
Pero la Dehesa no
escucha,
toda mustia y solitaria:
ya no tiene caminantes
que sus caminos hollaran;
ni el parque de la
Alameda,
donde el agua se remansa.
El sol le clava rejones
en su semblante de plata,
pero nadie se detiene
ni a su orilla se
acercaba.
Falta la voz de quien
antes
a su orilla paseaba
y hoy, encogido en sus
miedos,
lo intuye desde sus casas.
Desde el barrio de los
Praos,
desde la Antigua a la
Plaza,
San Juan o la Corredera,
todo es silencio y es
calma.
Al río Cuerpo de Hombre
hay voces que no le
bastan:
aunque cantan los
jilgueros
y los mirlos lo
acompañan,
necesita de otros trinos
del rumor de otras
palabras
que canten el mismo canto
que él entre sus aguas
canta.
Por eso se marcha triste,
aguardando la jornada
en la que todos acudan
a celebrar con sus aguas
las estrofas de alegría
que tantas tardes
cantaran.
1 comentario:
Volveremos a celebrar sus aguas.
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